sábado, 11 de diciembre de 2010

Hablar lo escrito

Desde que tengo recuerdo me ha gustado escribir. Para mi fue en distintos momentos una compañía, una descarga, un escondite, un escape o la forma en la que podía decirle a alguien las cosas que no me animaba a plantear frente a frente.

Mi mente divagaba y mi mano escribía. Luego las dos cuando llegaron los medios tecnológicos. No se en que momento se me ocurrió la idea de que la facilidad para escribir residía en que era como hablar. Simplemente plasmaba las mismas palabras que en todo momento surcaban mi cabeza, y de la misma forma en que lo hacían, con la sintaxis de lo oral. Entonces, escribir, como quien dice “bien”, se correspondía a un hablar bien. Pero aquí estaba el pequeño salto, pues en mi caso hablar nunca conectaba con algún otro en la realidad, sino que se trataba siempre de lo que hubiera podido decir, de lo que hubiera querido decir, de lo que alguna vez diría, pero finalmente nunca dije. La palabra oral, en el mejor de los casos tomaba volumen si por esas casualidades, en mis ávidas conversaciones fantaseadas lo dicho adquiría de mis cuerdas bocales algún sonido.

Así era, no poder decir las cosas frente a frente. De frente. Ante la mirada de algún otro. Como escondite, la escritura funcionaba casi a la perfección. Ahuyentaba la responsabilidad por lo dicho y sobre todo, la posibilidad de encontrarme con la reacción que mis palabras pudieran ocasionar.

Quizás este temor residía en que, lo que pudiera decir, no era algo que quisieran escuchar. Se me ocurre que mis mensajes, o mas bien el deseo que acarreaban mis palabras debía ser vergonzoso para mi, revelador de mis facetas imperfectas, perversas, asquerosas. Pareciera que siempre que quería decir algo se trataba de algún tipo de obscenidad. Pero no, no era así, o para decirlo mejor, la obscenidad nunca quedaba esclarecida y de hecho las palabras lograban mostrar la cara opuesta. Pero, ¿de que perversión hablo? La palabra excede lo que sucedía, siendo la cuestión quizás mucho más simple y al mismo tiempo absolutamente imposible de afrontar.

Esa vergüenza que me impidió durante tanto tiempo hacer y decir me revela ahora que en realidad la cosa iba por si misma plasmada en mi estilo. Es por la vergüenza misma que he descubierto de la forma más fantástica que al escribir lograba una satisfacción en la fantasía y podía, durante algún tiempo dejar de padecer gozosamente aquel otro sentimiento que tantas veces me ha acompañado durante las etapas de mi vida.

El deseo siempre estuvo allí, es el motor de mis fantasías, de mis escritos, de mis escasas palabras bien dichas. Pero el deseo, en si mismo avergonzante, quedó encadenado a mis textos, hasta que por efecto de shock el nudo se desató y las palabras empezaron a salir, cargando sobre las espaldas a mi querido y olvidado deseo.

Parece un entretejido de incoherencias, pero en verdad sucede que, tirado a menos, impedido quizás de la valentía requerida para hablar, durante muchos años me he dedicado a evitarme toda posibilidad de actuar mi deseo, de bien decirlo (lo que se pueda decir al menos). Y es que, ya sin dudas y con una claridad que refleja algunas impresionantes enseñanzas, haber deseado y actuado mi deseo me hubiera al mismo tiempo llevado a la absoluta desaparición. Desear es desear lo que no se tiene, lo que no se es. Desear revela un vacío. Pero yo siempre he deseado, de eso no tengo ninguna duda, nunca la tuve. El trabajo de encadenamiento, forjar el hierro de mis párrafos es lo que me permitió año a año hacer de cuenta que ese vacío no estaba allí, hacer de cuentas (y créanme, se llevar la cuenta) que en mi caso se trataba de una totalidad.

Triste consecuencia, este enorme trabajo me condicionó a no ser más que una pequeña sombra silenciosa y gris. Reprimir el deseo de la forma en la que yo lo hice me llevó, una y otra, y otra, y otra vez a fracasar en las cosas que mas quería, imposibilitado de disfrutar de la meta buscada, de hacer de esos pequeñas o grandes logros una fiesta.

En la lógica del escondido tuve que relacionarme con personas que directa o indirectamente sabían bien como anularme, como dejarme impotente. Parece un juego perverso, ¡¡y lo era!! Deseoso de no decir, me rodeé de aquellos que, incluso pidiéndome que hablase, que dijese, tenían la capacidad de silenciarme mejor de lo que yo mismo lograba hacerlo.

Obviamente (ahora lo siento así), esto repetía una forma, una manera, un sello grabado sobre la piel. El recuerdo de aquella escena no habría hecho efecto de no haber existido antes la interpretación exacta de algunas otras palabras que sin nada nuevo que decir, de repente se animaron a decir algo mas, sin querer, sin saberlo, ni ellas, ni yo. Entonces la escena toma ese otro talante, el significante por fin estalla en mil pedazos y me pega en la cara y siento, como nunca, que puedo hablar, que puedo hablar de eso y llorar con eso. De tristeza por darme cuenta, por rendirme cuentas de todo lo no hecho, todo el fracaso al que me obligué. Pero también de felicidad, al saber sin lugar a la duda que esta vez algo cambiaba para siempre, que ya no podía ser lo mismo nunca mas y que gritar a viva voz me alentaba a eso, a darle vida a mi voz, a darle vida a un hueco que ya no me espantaba. Estaba listo, estoy listo.

Me senté a escribir y pensaba iniciar con esta frase: “cuando era chico pensaba que al escribir debía decir algo muy profundo, algo que conmoviera a todos”. Es así, eso pensaba. Pero esa frase ya no me sirve, no pude utilizarla ahora. No pude porque me hubiera llevado por caminos que repiten al anterior, y sinceramente, ya no estoy cómodo con eso. Cuando era chico, luego de escribir, sentía que nada de lo escrito lograba ese ideal. Ahora me parece que eso debía ser así, no tenía otra posibilidad. Para por fin poder decir algo realmente profundo fue necesario dejar de pensar en conmover al otro y empezar a jugar la partida conmigo mismo, aunque no en mi contra. Pero además, no solo eso, sino que ha sido absolutamente necesario hacer de la palabra un texto, y del texto discurso. Esto suena redondito, poético quizás, pero es tan así que ni siquiera puedo explicarlo bien. Poder hablar de esto es lo que me permite ahora escribir de otra forma, con otra intención, al fin con una profundidad que en realidad se ha revelado como efímera e inexistente. Está todo aquí, hablo de un rasgo.



Córdoba, 11 de Diciembre de 2010

 
 

martes, 16 de noviembre de 2010

Nombrado Belchite

“Aquél que trabaja parte a la búsqueda de sus pensamientos. Los encuentra en el exterior, delante de él, como pruebas en acto (…) Los pensamientos en acto que se leen frente a la visión de la ciudad no reenvían a un sentido definido. No le responden, no son su objeto. Simplemente están en el exterior como en el interior, ya ahí como pensamientos sin que haya una subjetividad individualizada para tomarlos a su cargo. Que sea el sueño o el trabajo, el espacio del inconciente es el de los pensamientos allí, en potencia o en acto.”[1]


Belchite, así llamado actualmente, es un pueblo español que cuenta con unos mil setecientos habitantes y está ubicado en las costas del río Aguasvivas, al noreste de España, en la Comarca de Aragón, Provincia de Zaragoza, a unos 300km del límite con Francia.

Es a través de un documental de la BBC de Londres, llamado “El Arte de España – La Mística del Norte” y presentado por Andrew Graham-Dixon que se toma conocimiento sobre el mismo y muy especialmente sobre un acontecimiento histórico notorio: en 1937 se dio en Belchite una de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil Española en la que fuera aniquilada casi toda la población. De los sobrevivientes muy pocos emigraron y la gran mayoría eligió quedarse en aquel lugar devastado, poblando lo que durante veinte años fueron “las ruinas de Belchite”, hasta que en la década del 60’ se terminase de construir el nominado Nuevo Pueblo de Belchite, ubicado peculiarmente justo al lado de las ruinas del viejo pueblo.

Surge entonces la pregunta: “¿por qué no se han ido del lugar luego de semejante masacre?”. En 1930 Freud ubica en “El malestar en la cultura” el lugar de la agresión en todo origen cultural, observando la existencia de un Superyó Social, que caracteriza como un subrogado de “personalidades conductoras” que han sido en vida “maltratadas y aun cruelmente eliminadas por los demás”, para luego convertirse en divinidades rigentes. Como en Tótem y Tabú, de 1913, retoma entonces la idea de que para que exista una cultura, sociedad de hermanos, debe acontecer en el origen un crimen que opera fundando.



Haciendo una crónica se puede pasar revista sobre una serie de acontecimientos históricos y particulares, que remontan a lo que pudieron ser los inicios de este pueblo.

La primera noticia conocida sobre ocupación humana en la zona de Belchite es la de la Cueva de los Encantados. Los restos metálicos y cerámicos datan su momento de uso entre el 1800 al 1300 a.C.. Sin embargo, no es hasta la Edad del Hierro cuando se ha podido constatar una presencia humana de importancia en este territorio, entre ellos alguno que pudo alcanzar la categoría de ciudad.

Tradicionalmente, Belchite ha sido asimilada a Belia, ciudad nombrada por Ptolomeo y perteneciente a la etnia ibera de los Sedetanos, aunque actualmente la opinión de los expertos respeta la referencia del escritor Apiano, que hacia el año 93 a. C. menciona un asentamiento, presuntamente ubicado en el mismo lugar que Belchite, pero nombrado de otra manera: Belgeda. Este nombre es dado a este conglomerado social luego de un acontecimiento en el que los pobladores de la época, mayormente musulmanes, habrían prendido fuego al edificio gubernamental con los gobernantes dentro, en rechazo al deseo de estos de unirse al Imperio Romano. En reprimenda a estos hechos, el gobernador Cayo Valerio Flaco intervino dando muerte a los responsables. Belgeda vuelve a aparecer en fuentes clásicas nombradas por Orosio, al ser conquistada por Pompeyo junto a otras ciudades en el año 75 a.C.

Llama la atención que ambas referencias, al igual que el actual Belchite, mantienen el prefijo "Bel", que en el hebreo original tiene dos posibles acepciones:

-  Por un lado, “lo inútil, el desperdicio, hombres que no sirven para nada.”
-  Por otro, forma en la que se designa a lo diabólico (beli yâ àl), o directamente al diablo. (Ver referencia en http://es.wikipedia.org/wiki/Belial)

Cabe aclarar que la palabra “Bel-chite” se traduce actualmente como "Bella Ciudad", lo que implica que el prefijo Bel ha olvidado aquí cualquiera de las dos acepciones que antes se mencionan.

Por tratarse geográficamente de una zona semidesértica, el asentamiento poblacional establece su ubicación sobre las costas del río Aguasvivas, constituyéndose luego en el centro administrativo y gubernamental de un grupo numeroso de asentamientos más pequeños, lo que implica principalmente la muy valorada administración del agua para el riegue de campos y el consumo. Por ello en el poblado se construyó alrededor del siglo I d.C. la represa de Almonacid.

Los registros indican que la población fue mayormente musulmana hasta 1118, año en el que Belchite es conquistada por las tropas cristianas que buscan colocar allí un punto estratégico limítrofe para luchar contra el poder Islámico, en el contexto de las guerras santas por Jerusalén. Por ello el Rey Alfonso I, empeñado en poblar el lugar, invita a delincuentes "homicidas, malhechores y ladrones" a ser condonados de sus penas si aceptaban vivir allí y ponerse bajo las ordenes militares en caso de ser necesario. Pese a esto, y aunque durante los siguientes años convivieron en el mismo lugar tanto musulmanes, como cristianos y judíos, la población siguió siendo por amplia mayoría musulmana.

Transportados siete siglos hacia el futuro se descubre que en 1809 ocurre en Belchite una nueva batalla en el contexto de la Guerra de Secesión contra Francia. Tras perder la misma el pueblo formó por un breve periodo, parte de las zonas colonizadas por el ejército invasor. Por esta razón Napoleón Bonaparte inscribió el nombre de Belchite en el Arco del Triunfo de París, monumento emblemático de la que fuera para Walter Benjamin la Capital del Siglo XIX y ejemplo predilecto de una ciudad de la modernidad.

Por último en esta crónica toma su lugar la batalla ocurrida durante la Guerra Civil española mencionada al principio, en la que muriesen casi cinco mil de los siete mil habitantes que poblaban Belchite por aquellos años.

Es momento de retomar aquí la pregunta que surgiera en el inicio, aunque quizás pueda esta escucharse ahora de otra forma: ¿Por qué los habitantes de Belchite no abandonaron el lugar luego de la catástrofe de 1937?

Quizás por la posición limítrofe y estratégica para la guerra, quizás por la cercanía al río en una zona semidesértica, este pueblo se vio invadido en más de una ocasión. Sin embargo parece ser aquel acontecimiento en el que se prendiera fuego a los gobernantes del lugar lo que devino en un acto de nombramiento capaz de detener el tiempo. Aquellos culpables del asesinato fueron muertos y a partir de allí una palabra viene a nombrar ni mas ni menos que como un despojo, hombres que no sirven para nada. O en talante religioso, el diablo mismo.

Un siglo después de aquél crimen piromaniaco se construirá la represa de Almonacid para contener el río Aguasvivas. Y el tiempo, como el agua, parece estar todavía quieto. Esta historia y cada una posterior es registrada y pasa de generación en generación a través del discurso que se hace de ellas, a través de las inscripciones que dejan, los monumentos que se erigen, y que el mismo Freud comparase con los “residuos y símbolos conmemorativos de determinados sucesos (traumáticos)” (Freud, Sigmund “Cinco conferencias pronunciadas en la Clark University (Estados Unidos)” 1909 [1910] – Primera Conferencia), lo que revela esa estructura de ficción a través de la cual se ha fijado algo, pero que por sobre esto, algo queda silenciado, no solo oculto o perdido, sino mas bien anegado a estos relatos que cuentan la historia, como si de una vergüenza se tratase.

Este pueblo ha sido perpetuado junto a los muertos. No los gobernantes quemados, sino más bien junto a los asesinos juzgados y ejecutados. Cosificados, convertidos en resto, silenciados allí en sus tumbas para siempre, la historia parece repetirse durante los siguientes veinte siglos. Es lo que sucede cuando, luego de la invasión católica, se invita a vivir a Belchite a los despojos de los demás poblados: ladrones y asesinos perdonados de sus crímenes. Es lo que sucede también cuando en cada batalla el pueblo se sostiene en sus viejos edificios, en la costumbre de los cantos y las jotas, formas folclóricas que por sobre todo se dedican a rescatar las viejas historias de desamores y guerrillas, a rememorar una vez más aquello inaugural y para siempre repetido, para siempre silenciado.

Entonces, ¿por qué los pobladores siguen allí? Quizás porque el nombre que el escritor diera en aquél acto de fundación los redujo a cenizas, condenados como muertos estáticos a buscar en potencia o en acto, con aguas vivas, apagar aquél criminal incendio, soslayar la culpa y ocultar la vergüenza.




[1] Laurent, Eric  “Ciudades Analíticas”, 2004. Pag 212 – Paidos, Argentina

miércoles, 25 de agosto de 2010

El Lector Nombrado

El que se autoriza a leer un texto pone en el asador más que la carne. Deja más bien el pellejo, hasta la última libra desnuda, las fibras a la intemperie bajo la mirada casi obscena de aquellas palabras que hacen del texto un constructo bien estructurado.



¿Quién lee? ¿Qué se lee? Este texto hecho de brazas y que aleja a los que no están dispuestos a quemarse aunque sea un poco, está poblado de vacíos -no necesariamente sintagmáticos o semánticos, aunque puede haberlos, pensemos por ejemplo en la obra de Joyce- sino poéticamente deconstruidos, que invitan a ser llenados con el rasgo de cada lector.


Es por ello que en un camino que va de regreso este texto se convierte entonces en la herramienta interpretativa más rica, pues es él quien lee tramo a tramo aquello que se esconde, aquello que se esparce incesantemente en el afán evanescente, la fibra quemada por el fuego. El texto, desde su vacío, interpela al sujeto, lo enfrenta enigmáticamente con su propio espejo roto y lo invita a convertirse el mismo en el autor de su propio texto, una obra incompleta y difícil de traducir.


En la lectura que realiza el sujeto quizás como en un segundo movimiento, se juega peligrosamente un lugar de responsabilidad que muchas veces no quiere ocuparse, otras tantas suele ser abandonado y que por lo menos cuesta varias renuncias lograr. La lectura responsable es la que permitirá luego el pasaje a la narración de ese propio texto, de ese vacío entre significantes en el que se ubica el sujeto, pero entonces suponemos que la responsabilidad no será ya un mandato ni un peso, sino la consecuencia de un estilo único y decidido.


¿Qué es lo que se transmite? Parece cómico -de seguro no se trata de dramatismos- que en este proceso que va desde el dejarse leer por el texto a poder narrar algo de las consecuencias de esa lectura, lo que se transmite es justamente –y aquí podría residir lo cómico del asunto- la inconsistencia de la transmisión, lo inseguras que son las palabras a la hora de asirse a un significado, lo verdaderamente imposible que es hacer general el efecto de una interpretación o lo verdad de un mito.


El poeta, que hace de su poesía un puro acto que está por ser, nos habilita a pensar que el efecto poético del verso no reside en la belleza de la construcción, en la sapiencia con que se han seleccionado las palabras o en la intrincada lógica del texto, sino en la habilidad del autor –la que creemos va de la mano de un completo desinterés- a fulminar del texto el acto egoísta y omnipotente que muchas veces lo lleva a pensarse a si mismo como un mensaje ya concluido y transmisible. Es el enigma de lo intrasmisible lo que hace del texto una obra que vale la pena leer.


En donde los lectores quedan enumerados y relegados a la sombra de la generalización sin nombre, allí ubicamos entonces un desperdicio adecuado a la regulación de los capitales, a la funcionalidad social de lo que no debe ser nunca distinguido. Este camino en nada cómico sino poblado de tristes parodias remite al atoramiento intelectual y burdo de los contenidos de moda. Para todos lo mismo, llenos de una dicha que los marca por cobardes y hedonistas.


En posición opuesta, el lector que descubrimos es aquél que al leer está dispuesto valientemente a escribir el acabable texto propio, a inventarse en el eco de la lectura un nombre único para si mismo y a soportar, no sin algún sollozo, lo chamuscado que lo han dejado estas palabras.


 

lunes, 5 de julio de 2010

5 de Julio

Me pregunto si arrojar toda la ropa por la ventana cambiaría algo, como si con la ropa se fuera algo más que la tela o mi aroma. Un año después de aquella estúpida decisión camino por la calle de mi ciudad y recuerdo nostálgico el momento en el que preferí seguir fingiendo frente al espejo, frente a su sonrisa, frente a su cara feliz y dedicada a mí, sólo a mí...

No tengo ganas, el día plomizo acompaña, de hacer sonreír a mi boca. Mis palabras están por demás cargadas de arrogancia por creer que puedo engañar a todos, como en un acto de magia satisfacer a la costumbre. Llegar es sentarme un rato, dejar que fluya, soltar la amarra que ata lo que sea que se contiene ahí y al fin recordar con esa pena a la que tanto temo, que nada de esto ha sido real, que nada de todo lo que sucedió en este ultimo año tuvo verdadero sentido, que mi mayor vergüenza, la fuente de mi angustia personal, eso que no me deja humanizar mis actos, es haber dicho que no cuando debí decir que si… No me alcanzan, las palabras, muchas o pocas, hoy no me alcanzan.

miércoles, 23 de junio de 2010

Anudado

    Hay momentos para no escribir, momentos de escuchar para que los signos tomen voz y se haga comprensible el mensaje. Luego, como deterioro, la escritura reivindicará un orden nunca del todo bien sujetado.
    El valor ético del texto depende entonces, ahora luego, del lugar de la invención permitido entre letras, equívoco del buen sentido, más bien responsabilidad abreviada entre mentiras. Demos importancia al êntre, pues serán todas mentiras y no habrá mensaje. Uno espectante de lo otro solo encuentra y escribe su espera ansiosa y espesa, mas nunca sobre la llegada del otro. Es así, lo otro es el otro y nunca llega mas que lo que no se adapta al ideal.
    Al Final la mentira y la metáfora son lo mismo, el punto de quiebre se ejecuta cuando de a breves sujeciones se logra frenar la metonimia y darle otro uso a la palabra.

    El demonio de la cerveza roja y ahora si la incomodidad, claro, hecerme ver, solo eso ¿por qué entonces la mirada fija en la letra, en el músculo, en la sombra, en la escucha, en la fantasía y en escribirlo todo bien? Luego, escribir bien y ser mirado, solo hacerse mirar. Que idiotez. 

viernes, 11 de junio de 2010

La frase mal puntuada del hombre que vive

Un cuarto de hora para la vida,
tres pedacitos de pan que parten en vuelo,
nueve lunas para cantarle al sol,
doce estrofas que hablan en silencio.

Y cada vez que miro al cielo,
o si alguna vez empiezo un texto,
una es la forma de espantarme
y quedarme a decir la verdad el alivio.

Escuchar dos veces mi nombre,
hasta sentir por fin que me llaman
y responder sin las luces de otros siglos
sino con el sello ausente que me marca.

Hasta que se acaban los tiempos,
hasta que lo escrito se hace mío,
un pedacito de sol que parte en vuelo,
un animarme a sentir que no soy y que sin embargo vivo.

miércoles, 2 de junio de 2010

Lo imposible solo cuesta un poco más

En la entrevista frente a periodistas de Uruguay y Argentina, por lo menos desde el momento en que sintonizo a la misma, una tras otras las respuestas surgen de nuestra Señora Presidenta. Escucho palabras y luego frases, el tono de la voz, el estilo de sus pausas. Escucho también el contenido de lo que dice, las formulaciones inteligentes con las que responde, o mas bien la retórica brillante que utiliza para contestar cada vez de forma prolongada con ejemplos históricos, cifras económicas favorable, algunos chistes amenos (no sin los resguardos de su imagen pública), la opinión personal de esta mujer ante ciertas cuestiones como el corte de Gualeguaychú, etc. La veo sonreir al terminar una respuesta, tocarse el cabello mientras habla, servirse agua y dar órdenes tanto a sus ministros como a los técnicos en sonido y encargados de la organización respecto al manejo de los micrófonos en la sala.

A su izquierda se encuentra el Señor Presidente de Uruguay, Pepe Mujica, recientemente electo, quien en silencio parece mirar hacia el fondo de la sala, algún horizonte secreto, sin emitir palabra o gesto, ni siquiera ante algunos chistes de CFK que buscan su complicidad. Es un enigma, me pregunto si estará escuchando.

Pasan casi treinta minutos y la única que ha hecho utilidad de los micrófonos es la Señora Presidenta de Argentina, hasta que Mujica, con su estilo de hombre de las pampas decide hablar, casi interrumpiendo, y es como un cachetazo en la mejilla, como quien te grita "despertate idiota! te está por pisar el colectivo!". Es esta la sensación que probocan en mi las palabras de este hombre -hoy por hoy algo idealizado-, aunque primero sea con el sonido de su voz, o quizas con el silencio hasta entonces demostrado.

Termina su breve exposición (con la que tambien termina la rueda de prensa) con la frase que es el título de este tambien breve artículo. Habrá que decidir hasta que punto coincide uno con esta sentencia, pero al margen de ello confieso que por dentro he pensado -no sin cierta nostalgia por mi propio país- que este debe ser un momento muy interesante para vivir en Uruguay.

Saludos

miércoles, 19 de mayo de 2010

Imbecil

Su mejilla se apoya contra la mía y a veces lloramos. Los dos lloramos, los dos nos sostenemos.

A veces ocurre que en el abrazo pareciera solo quedar uno, aunque se escondan dos libertades...


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Algun día, ya viejos y cansados, el término de nuestras vidas será mas que una ilusión o un sueño. Vamos a estar juntos con los ojos llenos de amor y la piel atiborrada de recuerdos.

Y como entonces nunca voy a desear tanto tenerte cerca.

Mis lágrimas se juntarán con las tuyas, mis manos abrazarán tu espalda y lo que quede de respiro se irá en una suave brisa, tan dulce y cálida como nuestro amor.


miércoles, 5 de mayo de 2010

Lo Pertinente*

El artículo que publica el diario la Nación el 27 de abril de 2010 llamado “La psicología argentina recién está naciendo”, me da la sensación de estar estructurado como una respuesta, y que, como es de esperar en toda respuesta que no implique el silencio de la pregunta, despega con un tropiezo desde su inicio. Mario Bunge comienza su divertido artículo con un leve error que me interesa recalcular. Es cuestión de principios.

Se trata de un error óptico, de los que suceden cuando la mirada no hace foco, o cuando la misma no logra ver más allá de las narices. Resulta así que nuestro país no es el que mayor cantidad de psicólogos tiene en Latinoamérica, sino el que más tiene per cápita en el mundo, con 145 cada 100.000 habitantes. El segundo es Dinamarca, con 85. La diferencia, me parece, no es menor y ya que el autor comienza su texto con algunos números, pues quisiera brindarle amistosamente una mano que salga en su ayuda y así evitar que el silogismo que pretende construir concluya falazmente.
Luego de releer rápidamente las palabras de Bunge, decantan ante mi lo que podría tomar caprichosamente como las dos máximas del epistemólogo argentino en esta exposición. La primera, que para el autor la psicología que debería enseñarse y aplicarse en el campo de pertinencia es la que se guía por términos biológicos. La segunda y por oposición, que el psicoanalista es un charlatán, un “psicochaman” lo llama con inmensa sabiduría, pues no trabaja pero cobra igual.
Antes de proseguir debo admitir que, luego de haber por fin logrado leer el artículo, mi impresión fue que este tal Mario Bunge debía ser un hombre fantástico, poseedor de sin dudas la perspicacia propia de un niño. ¡Ha logrado condensar los dos principios que guían la clínica analítica de manera formidable!
 
Para seguir el estilo de nuestro comentado, voy por partes, de eso se trataría después de todo. En primer lugar, pues claro que la psicología que debe importar es la biologicista. Desde el psicoanálisis llamado lacaniano defendemos exactamente esto al decir que es el organismo atravesado por el significante el que se expone en el consultorio con todo su teatro. El sujeto barrado, redefinido hacia los últimos años de la enseñanza lacaniana como ‘parletre’ implica exactamente esto, que la biología es esencial en la cura pues de lo que se trata es de un cuerpo que goza, que repite, que tropieza incansablemente con la misma piedra, como atraído por ella. Pese a su malestar sostiene durante la vida ese cuerpo –cuerpo de organos y palabras- en un funcionamiento de bucle incansable. Solo puede hacer metáfora de la forma en la que ha sido hablado, de la manera en que su cuerpo se ha zambullido en el mar de la lengua al que advino contingentemente. Vea Mario, hasta aquí me parece que no hay motivo de discusión.
 
La segunda máxima toca brillantemente lo que podemos llamar la ética del psicoanálisis, y lo hace con tal inteligencia que sin decirlo condensa dos cuestiones imprescindibles para el trabajo del consultorio.
Llamar al psicoanalista un chaman no es marca registrada de este defensor del psicoanálisis, sino de Freud, que acerca la posición ocupada por el médico a la del viejo sabio, brujo o chaman, de las antiguas tribus, el que con el sólo uso de la palabra, incluso únicamente con su presencia, conseguía los efectos mas increíbles. ¿De que se trata aquí? Nada más y nada menos que de lo que luego Lacan conceptualizaría como Sujeto Supuesto Saber y que cosiste en el lugar que el paciente confiere al analista al establecerse cierta transferencia positiva, cierto amor apasionado (¿por qué no?), lugar reservado por el paciente al que sabe. No tanto por costumbre, tampoco por metodología, sino más bien porque así es su deseo, el analista hace de esto una nada… así de simple, o quizás no tanto. Simplemente espera y escucha, escucha la letra, el texto del cual la palabra hace inercia, e interrumpe o ‘interrompe’, con el fin de ubicar cada tanto, cuando las condiciones para el chiste están dadas, un decir. Y si el apretón de manos es veloz, quizás también por un momento al sujeto responsable de tal enunciación. Pero esto será no tanto la función de un cálculo matemático, sino más bien una consecuencia que se registra por sus efectos y es por ende irrepetible. Es que el analista, en definitiva, no sabe nada. Estoy seguro don Bunge de que estas palabras serán para usted como un manjar.

Así llegamos al otro tabique de este amalgamiento silencioso: el analista no es ni más ni menos que un estafador ya que, como el autor del comentado artículo aprecia, no trabaja sino que hace como que trabaja. Nuevamente hay que sacarse aquí el sombrero pues quizás ni los mejores analistas pudieron decirlo de más simple forma. Jacques Lacan, en su clase del 15 de marzo de 1977 enseñaba que “…bastaría con que yo connote al S2, no por ser el segundo en el tiempo, sino por tener un sentido doble, que que el S1 tome su lugar correctamente. (…) A este respecto, el psicoanálisis no es más una estafa que la misma poesía. La poesía se funda precisamente sobre esta ambigüedad de la que hablo, y que califico de doble sentido”.
Es así, el analista no trabaja, pero si cobra y caro, mucho más de las monedas que se cobraban por las obras de Freud en los quioscos urbanos y que, dada la pertinencia de lo escrito (nadie puede negar que el texto de Freud, aparte de muy bien escrito, es pertinente), parece usted también haber adquirido. El que trabaja es otro, el paciente, del que se espera que ante tal situación estrafalaria haga mínimamente -y con toda justicia- una demanda. Sí, sí, durante el tiempo que su paciencia y su coraje le permitan sostener la poesía del acto, estará dispuesto a pagarle con su dinero -y con su amor- a una persona que lo escuchará de la forma más extraña y que de hecho disparará cada tanto los comentarios mas ridículos, los disparates más sin sentidos que esta persona -estoy seguro señor Bunge de que le gustaría que la nominemos así- ha oído. Sin embargo algo en este sujeto comienza a marcar otro ritmo pues, a primeras, sigue viniendo, no obedientemente sino a regañadientes, pero sigue viniendo. A segundas, en algunas ocasiones ominosas, esas que las matemáticas no permiten calcular, se va peor de lo que llega, como quien ha visto o escuchado, no de otro sino de si mismo, eso que no debía decirse jamás. Y sucede que luego de transcurrido algún tiempo pareciera que estamos frente a otro ser, o quizás mas bien ante otro cuerpo, y ya ve Usted como volvemos nuevamente a lo biológico de la cuestión.
Cabe agregar para finalizar que el psicoanálisis no es para todos y que de hecho no es la única mirada posible sobre esto que pretendemos ser. Hay otras, hay otros. La demanda se aloja cada vez de forma diferente, aunque pienso que en psicoanálisis solo hay una que se acepta, la de análisis.
Luego, como sujetos responsables haremos de eso una cadena de eslabones a través de la cual decantará la metáfora funcional que es el síntoma, permitiendo entonces la enunciación no objetivada de la metonimia que es el deseo. ¿Cuál? El inconciente por supuesto, ¿cuál otro?

 
* Comentario del artículo publicado por el diario La Nacion el dia 27/04/2010 - "La Psicología argentina está naciendo" cuyo autor es Mario Bunge, epistemólogo argentino
 
 

miércoles, 7 de abril de 2010

Lamentablemente

Mis publicaciones de los días miércoles han sido canceladas momentáneamente debido a que el servicio de internet en mi casa fue cortado por razones técnicas de la empresa que lo provee.

Por ello es que me estoy conectando solo cada varios días para revisar mails.

Saludos
Carlos Picco

miércoles, 17 de marzo de 2010

Intermitencias

Sentarse a escribir parece ser a veces un acto irresponsable. Uno se excusa de si mismo para tomar en el texto una otra cosa, o incluso si escribe sobre si mismo, pues tomaría una posición segunda. En contraposición de esto que yo mismo propongo, y por ende entonces en contra mía, me animo a decir que cuando uno escribe no hace más que, ya lo dije en otra parte, escribir sobre si mismo, revelar el teatro delirante que lo sostiene, ese a veces aparentemente compartido con todo un grupo de amantes sociales. Adivinen ahora la estructura, vayan a la letra y encuentren los modos de gozar y las vías del deseo. En el texto queda inscripto con sangre el nombre olvidado del autor. 

"GANAMOS" reza un afiche por estos días en las paredes de Córdoba. Más abajo, "El Secreto de sus Ojos - Ganadora del Oscar a mejor película de lengua extranjera". ¿Ganamos? ¿Qué ganamos? ¿Quién gano? ¿Campanella? Seguramente para el director, los productores y los actores habrá sido un orgullo este premio, vaya a saber uno porque, ¿para quien más?

Cuando el personaje de Francella revela en el bar su descubrimiento respecto de las pasiones, la escena en la que se expone como un borracho y peleador, en la que expone al personaje de Darín como un amante cobarde y luego al perseguido asesino por su rasgo fanático, reivindica para la película el tema que será hilo conductor, eso que hace el sujeto toda la vida, desde que es hablado por Otro, desde que se ubica frente a ese enigmático Otro para preguntarse qué quiere de él. Eso que hace, esa pasión, esa repetición. Allí esta la singularidad de cada sujeto, uno a uno, imposible hacer una serie con eso, y allí también encontré la singularidad por supuesto de quien escribió la historia luego traspolada al cine. Pero es una época y una sociedad que prefiere decir nada y esperar a que la hablen, este punto está destinado con suerte a molestar desde el olvido. Verdaderamente si esta película tiene algo de valioso es la lengua absolutamente extranjera a este afiche tan argentino.


viernes, 5 de marzo de 2010

Carta a un amigo (*)

Recorriendo espejos
y las charlas hermano,
vos sabiendo lejos,
yo tan cerca de los dos

Me pregunto hermano
cómo estás? si estás mejor?
pienso en esos días
y en la voz que nos cantó

Sigo caminando
y me acuerdo de los dos
me parece que ando flojo
hay que seguir que lo parió

Un poco de miedo
puede endurecer la piel,
algo de nostalgia
por sabernos iguales

Me pregunto hermano
si algún día vos sabrás,
está escrito en el viento,
se te extraña por acá...

está escrito en el viento,
se te extraña por acá...

está escrito en el viento,
se te extraña por acá...


(*) Canción dedicada a mi mejor amigo, que actualmente vive en Guadalajara, México.


 



miércoles, 3 de marzo de 2010

Enojados

Argentina... es muy difícil escribir sobre mi país, para mi es muy difícil por lo menos. Cada vez que lo he intentado fracasé, que no es lo mismo que decir que lo que escribí no se publicó o que por lo menos no llegó a obtener cada texto su punto final. Pese a ello mis disconformidad fué patente, hasta el punto de pensar a veces que solo escribía mentiras, infamias.
Encontré en cada ocasión comentarios que apuntaban a marcar ya sea la mirada contraria, ya sea mi falta de conocimiento sobre cierto tema tratado, o que criticaban tratamiento estético que había dado al texto. Y cada vez, cada uno de esos comentarios tenía un valor idéntico al de mi texto. Desconozco si las personas que respondían eran también escritores, si habían publicado lo propio, pero eso no tiene nada que ver, no todavía. Interpretaba cada uno el texto a su manera. También hubo comentarios de elogio. Aunque después de un tiempo he pensado que si hubiera suficiente interés y las posibilidades materiales lo permitiesen quizás habría obtenido 40 millones de críticas.

Argentina... Argentina como lugar, como espacio, dotado de todos los favores de la naturaleza. Minerales, tierra fertil, petróleo, agua, lluvia, nieve, mar... Como espacio geopolítico concentrando al 80% de sus ciudadanos en cuatro ciudades y quizas por ello el mapa de las redes sociales sigue tan vacío como hace 200 años. Internet probablemente haya ya cubierto todo el país, pero los argentinos están muy lejos de ser todos argentinos.

Argentina... Argentina como historia, confusa, golpista, presidencialista, mesiánica en todos los ámbitos, vivos y pelotudos, poetas del horizonte, feudos amantes de la esclavitud. La dignidad del campo tiene tanto valor como la honestidad de la ciudad, ninguna. Son certezas, son delirios, uno tras otro cada vez mas errados, cada vez más burdos y absurdos, los mios.

Científicamente, por alguna razón, generamos mentes brillantes, eso creemos, pero tampoco son tantas. Si, las que surgen se van y entonces las conocemos, pero siempre ha sido así en todo el mundo. Nos sorprende escuchar que en el CERN (Francia-Suiza) hay uno o dos argentinos, pero son tres mil personas trabajando, no cinco!!!
Las potencias se llevan a los brillantes, saben aprovechar su luz.

Poéticamente, deportivamente, en los demás ámbitos académicos... Muchos han dicho que para que allá un desarrollo debe existir necesariamente un subdesarrollo. El sábado alguien mencionó que los países europeos son pujantes porque se han dado la cabeza contra la pared varias veces, porque han sufrido mucho y todos juntos, porque son pueblos que tiran hacia el mismo lado. Pues yo digo mierda, mierda con todo eso, no es así. Hay rasgos, seguro. Alemania es ordenada, Francia romántica, Italia seductora y pecadora, Suiza exacta. Pero de ahí a pensar que "todos tiran hacia el mismo lado". Muy lejos estoy de explicar algo. Los argentinos somos 40 millones de especies diferentes? No, tampoco. Hay un egoísmo y una indiferencia muy grande que nos atraviesa. He ahí quizás el rasgo? Para la queja y la opinión encajamos como guante, pero a la hora de la acción real es poco el polvo que levantan las palas.

Inglaterra es irreverente, Inglaterra es parte del imperio, Inglaterra va a sacar petróleo de nuestra base marina, Inglaterra nos ganó Malvinas, Inglaterra esto y lo otro, Inglaterra no es Argentina y eso es seguro. Si quisiéramos hacerle frente (si quisiéramos bien digo, pero nadie quiere), nos aplastaría como a un mosquito que acaba de picar. Reventaríamos dejando un manchón rojo, nada más.

Yo quiero? Acaso quiero tomar un arma que no se manejar y meterme en un quilombo que poco tiene que ver conmigo? Acaso los soldados yankees quisieron meterse en la segunda guerra mundial? Realmente poco tiene que ver conmigo? No lo se, soy otro quejón.

Argentina, 200 años, que complicado escribir sobre la diversidad. Me parece casi imposible, se trata de criticar a la critica, puede que la diferencia esté en las chances constructivas, en los disparadores, pero quién lee todo el texto? Nuestras batallas se libran solo en los campos en los que sabemos que podemos ganar o en aquellos en los que las pérdidas no son nunca un manchón rojo. Grandes criticones, que más es este texto? Grandes apalabradores, encantadores de hormigas. A las serpientes y a los leones ni nos acercamos.

Promiscuos criticones, estériles cobardes.

 
 

miércoles, 24 de febrero de 2010

Harvey Pekar

"Hey Joyce, that was the doctor. He said i was all clear..."

La frase pertenece a la película American Splendor, film estadounidense independiente del año 2003, dedicado retratar la vida de Harvey Pekar (todavía vivo), personificado aquí por Paul Giamantti. Este hombre, negativo como pocos, gris, un fracasado quizás, que distribuye su tiempo entre su trabajo como archivador de historias clínicas en una dependencia de salud y la lectura, comienza en 1976 a publicar una historieta homónima a la película en la que de forma por demás ácida relata su día a día, con los personajes reales que van surcando su vida.
Me han llamado la atención algunas cuestiones del film. En primer lugar ubico un relato que hace Pekar hacia el final de la película, quizás lo recuerden. El hombre cuena cómo cuando solicitó su teléfono allá por los tempranos años 70' encontró que en la guía telefónica, aparte del suyo, aparecía otro Harvey Pekar. Esto le llamó poderosamente la atención pues defiende que se trata de un nombre bastante extraño el suyo. Nunca hubiera esperado encontrar otro Harvey Pekar viviendo en su misma ciudad. Luego de algún tiempo aparece otro más. Ahora eran tres Harveys, toda una revolución de palabras!!! De seguro nuestro personaje principal debe haberse sentido consolado.
Accidentalmente y por equivocación se enteró de la muerte de uno de ellos y pudo saber entonces que el fallecido era el padre del otro Harvey. Este segundo murió seis meses después... El personaje dice, aunque no puedo citar, sobre su sensación de haber tenido algún tipo de conexión con estos otros Harveys, conexión por el nombre, y esto lo conmociona hasta preguntarse angustiado que es esto de las palabras, a que responde un nombre, ¿qué es un nombre?

Segundo punto. La historieta de Pekar es de un estilo muy diferente al que se acostumbraba. No Superman, no Batman. Una historieta real, sobre una persona real que vive su vida real. Y en lo real, al parecer su nombre seguía volviendo allí.
Estas dos cuestiones van de la mano. Sabiendo que estás diluciones no están justificadas igualmente creo que vale la pena exponerlas. Pienso que la historieta, con su lenaje inconcluso, poético, es para ese sujeto algo que anuda, un anclaje de algo que pretendía escaparse o que quizás permanecía desatado desde siempre. Este hombre, tal vez de forma similar a la de que James Joyce, inventa para si un nuevo lenguaje, una nueva forma de historieta, una que le sirve a él, que lo acompaña. No lo hace por dinero, no lo hace por placer. Debería decir que lo hace porque es lo que puede hacer. Este es su delirio funcionando.
 
En otra escena el sujeto sobre su cama, solo, relata como ha soñado durante toda la noche que alguien dormía junto a él, "como lo que sienten esas personas a las que le han amputado un miembro, que creen que todavía lo tienen". Pero a este buen hombre no le falta una pierna, no le falta una mano o alguno de los dedos. Sin embargo algo ha sido amputado desde muy temprano, algo que no puede nombrar, o que nombra demasiadas veces sin darse cuenta. De forma muy gráfica, quizas sea eso, su nombre se vuelve esencial, la literalidad que puede resultar de un nombre propio al parecer genera en Pekar la angustia de quien a sido desterrado de su propio sustantivo identificador.

Tal vez Harvey Pekar sea la expresión renovada de que muchas veces la psicosis no necesariamente requiere un tratamiento para estabilizarse, tan solo un nombre. Harvey Pekar, el nombre del personaje en la historieta, pudo quizás ser pedido prestado a aquel de carne y hueso que todavía seguramente revisa las guías telefónicas en busca de alguna pista.

La frase del principio la dice Pekar a su esposa Joyce, entonces alguno puede pesquizar la cuestión. Pekar había tenido cáncer por lo que debió realizar un año de quimioterapia. El doctor llamaba para anunciarle que los resultados de los estudios habían dado negativos y estaba curado. En aquél momento y junto a su esposa publicaron una novela en forma de historieta relatando todo el proceso. Esto último fue idea de la mujer.


lunes, 22 de febrero de 2010

Del Uno

Menuda cuestión esta de la mirada,
menuda, con carne o sin carne,
pues lo que entra también llena el estomago.

Menuda cuestión esta de la escena,
y manuda también la intensidad de la contingencia,
aunque ella solo hable soledades.

Es que allí donde uno escuchó que lo nombraban,
allí el otro admiró los árboles,
allí donde para uno el silencio determinaba,
allí el otro necesitó estirar los brazos.

Hechos para no entendernos,
hechos para no amarnos,
¿y quién sabe cómo el corazón domina el cuerpo,
o si acaso hablan distintos idiomas?

¿Por qué suponer que algo habla?
Los mensajes lo acreditan.
¿Alguien alguna vez tradujo esas palabras?

Recae sobre el viajero el peso del equipaje,
cada paso será quizás un triunfo o una mentira,
mas nada corrobora nunca la veracidad del mapa.

En el lugar en el que las palabras se hacen humo,
allí donde la pregunta es sobre mí mismo,
allí busco los comandos y el código,
pero busco con el temor de quién sabe que allí tampoco hay nada más que lo que hubo siempre,
el desvanecer constante, la fría ilusión, la cálida mentira, el eco salvaje y camuflado.

Tan solo, palabras...


miércoles, 17 de febrero de 2010

Entretanto, justamente

Luego de haberme salteado un miércoles, no había nada para publicar, ya otra cosa se había escrito con gran éxito más allá de mi con consecuencias temporales de silencio, quiero dejarles una frase que me pareció excepcional y por lo menos acertada. Pertenece al personaje Lord Goring, partícipe de la obra "Un Marido Ideal" de Orcar Wilde:

"...en la vida práctica creo que el éxito, el verdadero éxito, lleva consigo algo que se parece un poco a la falta de escrúpulos; la ambición va unida a un no sé qué, siempre poco escrupuloso."

Querido eco, mis saludos




miércoles, 3 de febrero de 2010

La Buena Conducta

¿Cuál es la función de un psicólogo dentro de una sociedad?

Hoy me tocó pedir en la Central de Policía de Córdoba un Certificado de Antecedentes, también llamado Certificado de Buena Conducta, pues es uno de los requisitos del Colegio de Psicólogos antes de entregar la matrícula profesional.
Me preguntaba mientras hacia esa interminable fila y conversaba con mi fantástica compañía de que se trataba esta buena conducta que se le exigía al psicólogo. Sin saber como la charla retomo algunos temas frecuentes: lo difícil que es comenzar a ejercer, los gastos y trámites interminables que implica, la realidad para nada infrecuente de trabajar “sin todos los papeles”, las dudas y los miedos que esto despierta y por sobre todo la muy improbable posibilidad de solventarse a partir de la profesión en los primeros años.

El sistema se supone creado con el fin de proteger a los ciudadanos, exigiendo sus derechos y obligaciones. Es así por ejemplo que un colegio de psicólogos debe velar por el actuar ético (Código de Ética de la Provincia de Córdoba) de cada profesional y el bienestar de los pacientes. Este aval está representado, entre otras cosas, por la matricula que entrega.
Teniendo esto presente encuentro una primera distancia entre el ideal y la realidad, pues cualquier institución acarrea la conflictiva de los hombres que la componen. No hablemos de síntomas, pues el síntoma es subjetivo y único, pero pensemos en los problemas que surgen de todo conjunto humano. Entonces, nuevamente ¿cuál es la función de un psicólogo dentro de una sociedad? Y desde aquí otra pregunta: ¿es lo mismo para un psicoanalista?
Un psicólogo debe, a mi parecer, brindar el servicio de salud mental en las áreas que son de su competencia: educacional, social, sanitaria, criminológica o clínica. Debe estar atento a las normas legales y éticas que rigen su ejercicio. Así por ejemplo no puede nunca trabajar sin matrícula, debe entregar informes a sus pacientes cada vez que lo solicitan, estar atento a las cuestiones especiales que implica trabajar con niños, no atender a familiares hasta el segundo grado, etc. Es una persona atravesada de lleno por todas estas limitaciones que hacen a su buena conducta, la buena conducta definida y defendida por el sistema normativo social. Pues bien, en este caso un Certificado de Buena Conducta resulta un requisito absolutamente exigible a la hora de entregarle una matrícula que parece decir “avalamos a esta persona como profesional pues, además de estar capacitado por una institución reconocida, comparte y defiende los mismos principios normativos que nosotros”. ¿Quiénes “nosotros”?

Con el psicoanalista ocurre otra cosa. No escapa a estas normativas pues en nuestro país cualquier psicoanalista tiene antes el título público de licenciado en psicología o de psiquiatra. Hay excepciones.
Pese a ello la autorización del psicoanalista no viene de un colegio de psicólogos, tampoco de una escuela de psicoanalistas (la que en todo caso da fe del acto), sino de si mismos. Es otro tipo de ética, una que muchas veces es amoral. Digámosle “la ética del síntoma”, o mejor “la ética del goce”.
El trabajo del psicoanalista implica la interpelación del síntoma, pero también de la conflictiva institucional, sabiendo diferenciar pues no son lo mismo. La intervención ocurre sobre la repetición y el ruido que implica, el ruido que a veces los sujetos también pueden escuchar de tanto que se satisfacen en él. Esta intervención suele ser molesta y muchas veces puede implicar una conducta que desde los comités de ética científicos se entendería como maliciosa, tendenciosa y reprochable. Es que el psicoanalista trabaja con la forma en la que el sujeto se las arregla con la ley, pero una muy diferente de la que define el sistema de justicia estatal. Es al fin esta ley, la del sujeto único, la que lo rige. Entonces las herramientas van acorde a esta otra legislación, lo que por supuesto implica una tensión constante para con la otra ley, la social. Por ello el psicoanalista puede parecer un renegado, el malo de la película, pues no tratará de devolver al sujeto a la ley de los hombres sino mas bien de hacer escuchable este grito sintomático que revela la piedra que ha decidido cargar, la ley que gobierna en este estado-sujeto. El acto analítico es su arma terrorista.

Me preguntaba esta mañana si estaba bien que me dieran un certificado de buena conducta o si debería aclararles que si supieran jamás avalarían como buena conducta lo que un psicoanalista hace… Me imagino que de todas formas nadie hubiera escuchado.


miércoles, 27 de enero de 2010

Combina - sion

Hace algunos meses se cumplieron sesenta y cinco años desde que la Alemania de mitad de siglo XX intentase concretar la desaparición del pueblo judío. Entre cuatro y seis millones de desaparecidos -como si fuese pequeña la diferencia-, con un mecanismo mortífero perfectamente planificado. Para algunas cosas la humanidad suele ser muy ordenada.

El sábado pasado vi la primera media hora de una película en la que actúan unos muy jóvenes Tom Cruise y Nicole Kidman. No recuerdo el nombre del film aunque san google podría resolver este vacío rápidamente. El personaje principal es un joven irlandés (Cruise) laborioso de principios del mil ochocientos. En su primera escena aparece labrando tierra, tema recurrente que cae como sentencia cuando solo unos pocos minutos después el padre muere en sus brazos. Antes de fallecer dice a su hijo: ‘un hombre sin tierra no es nada’. Esto marcará la vida del joven que hará todo lo humanamente posible por cumplir el mandato del padre.

Ayer, viajando en colectivo de regreso a mi casa recordaba la frase del padre. Frente a mis ojos transcurrian los edificios de la calle Maipu. Miraba e imaginaba dentro a cordobeses viviendo en departamentos pequeños, alguien arriba de alguien, otro alguien debajo de alguien, entre rejas, abrumados quizás por el ruido ensordecedor proveniente de la calle... Ellos no tenían tierra, esa tierra negra en la que crece el pasto, esa que está llena de hormiguitas rojas que cuando llueve despide el aroma más bello del mundo: olor a vida. Quizás tuvieran el sentido del olfato muerto. Me pareció entender porque la frase se había modificado con los años hasta convertirse en algo así como ‘un hombre sin techo no es nada’. Una pena, la limitación del padre ahora se revela con toda su violencia.

Cuando el holocausto comenzó, a los judíos los enterraban en fosas comunes. Eran desterrados primero y luego devueltos a la tierra de la forma más horrible. Pero eso era al principio. Luego comenzaron a quemarlos, quizás porque no había tierra para todos o para evitar dejar a Alemania y sus aliados como un queso Gruyere, o quizás porque darle tierra a esos condenados era demasiado benevolente.

El pueblo judío se quedó sin tierra a tal punto que luego de terminado el horror salieron ellos mismos a enguerrarse con medio mundo para ganarse su espacio sin el cual no serían nada.

Al ver a los cordobeses pienso en los judíos prisioneros en guetos grises que soportan el mandato de un padre terrible y cuyo destino era el fuego, prisioneros en sus lugares sin tierra pero con techo. Ya no se trata de crecer sino del límite que una sociedad tan naturalmente ha aceptado. Seguramente esto no es marca registrada de mi ciudad, pero eso lo hace tan solo mas terrible. El mundo entero esta de acuerdo. Es que para algunas cosas el humano es tan ordenado…

 


miércoles, 20 de enero de 2010

Fin de Año en Cuzco

Hoy me relataron una experiencia que quiero compartir. Un amigo recién llegado de Perú, país en el que estuvo de paso algunos días mientras vacacionaba contó lo que vivió durante el festejo de fin de año, o año nuevo.

En la ciudad de Cuzco, más concretamente en su plaza central, se repite año a año una costumbre que aúna a propios y extraños por igual, turistas, vecinos y todo aquel dispuesto a compartir la tradición.
El festejo comienza temprano. Según mi testigo narrador desde las siete de la tarde la multitud comienza a reunirse en el espacio que preside la catedral de la Virgen de Asunción para de a poco ir tomando fuerza la fiesta que culminará pasadas las ocho de la mañana del primer día del nuevo año.
La celebración no se rige por la hora como en Córdoba, y ya mucho antes el tumulto de caminantes hace resonar su voz confusa sin mensaje, entrando y saliendo de los bares y negocios que rodean la plaza, bailando con la música que proviene de quién sabe donde, bebiendo en la calle misma, reconociéndose los extraños y extranjeros como tales, abrazándose las personas como si desde siempre hubieran compartido la vida y la historia. El alcohol, lubricante social por excelencia, ayuda y deprava poco a poco esta congregación que minuto a minuto se vuelve más colorida, sonora y masiva.
Llegada la hora del cambio de año llega también la hora de esta tradición propia del lugar y que todos los presentes acatan como suya. Consiste la misma en dar doce vueltas a la plaza, una por cada mes del año. Desconocía el relator si había además algún tipo de plegaria o rito secreto, sólo contaba como la gente caminaba alrededor de aquella plaza no mucho mas grande que nuestra querida San Martín.
Me llamaron la atención algunos detalles. Por un lado el poco o escaso control policial -y estatal en general- que mi amigo observó. Por otro, que la procesión juntaba una cantidad de personas que lo dejó asombrado. Pero he aquí un elemento más, pues no solo se trataba de grupo muy numeroso, sino casi de una horda al borde del descontrol. Quizás fuera por el alcohol, quizás fuera por la fecha festejada, o quizás por algo propio de todo sujeto masificado, pero ese ejército desorganizado no frenaba ni atendía caídos. El que perdía el ritmo o frenaba adrede era devorado por el resto sin lugar a tregua, casi como si se tratase de una corrida de toros en Pamplona. Incluso sucedía que los que se encontraban dentro de la plaza, los que habían decidido no hacer el recorrido, disparaban contra los caminantes fuegos artificiales, sobras de las botellas y quien sabe que más. Tal era el salvajismo aparente que, sin dejar de lado razones personales de quien narraba, este no pudo completar ni siquiera una vuelta a la plaza.


¿Salvajismo? El relato me hizo recordar sin dificultad lo que Freud escribió acerca del festejo que cada tanto los hermanos parricidas hacían para conmemorar al padre asesinado, liberar los impulsos mas sádicos y volver a devorarlo en el ritual. Sin dejar de insistir en el valor metafórico de aquel desarrollo, no es del todo falaz pienso, suponer que en Cuzco cada fin de año se dan doce vueltas a la plaza, una por cada mes del año entrante –o quizás del saliente- con la esperanza impensada previamente de devorar a los caídos y dar lugar a las depravaciones que tanto horror pueden despertar en cualquier otro momento.
Entiendo entonces que no se hayan observado ritos o plegarias. No eran fundamentales ni necesarios, lo único impostergable era la liberación de esa energía delirante. Son doce vueltas pero podrían haber sido treinta o cinco. Intuyo que el número se decidió en el momento en el que la justificó la cantidad de totems incinerados bajo los pies de los omnubilados caminantes, desfigurada a su vez por el disfraz de una cifra figurativa y conveniente.
El festejo continúa y las lagunas amnésicas toman cada vez más protagonismo en la noche. El narrador termina la historia confesando que fue para él la experiencia de fin de año más inolvidable de su vida, y que de paso no recuerda como volvió a su hotel.




Plaza de Cuzco - Fin de año 2010



miércoles, 13 de enero de 2010

Aquí y ahora

No creas todo lo que leés,
yo no creo todo lo que leo,
en tus ojos,
en el iris de tus ojos y los mios hay mas verdad que en todas las palabras.

Dame la libertad de amarte,
quizás puedas dejar de encontrar razones para odiarme
hasta darte cuenta de que nunca vas a poder sentir algo así por mi.

Tan sincero puede ser el corazón,
pero tanto cuesta escucharlo,
tanto miedo, tanto dolor,
que se oscurecen las nubes que antes nos daban la lluvia cálida de primavera.

El amor es egoismo,
el amor es humano y el humano es egoismo,
pero deberías saber que ese egoismo puede salvarte,
hacerte mas sujeto, siempre y cuando no esperes revelaciones.

Te hice bien, me hiciste bien,
todavía puedo hacerte bien, todavía me haces bien
podés hablar o perderte en un bosque
allí está mi abrazo,
aquí están mis ganas todavía.

A veces algo de lo que se escribe es verdad,
mis ojos no van a mentir cuando me preguntes.



lunes, 11 de enero de 2010

Frenético ahogo

Me da la sensación de que el escritor solo puede escribir sobre "si mismo", narrarse de forma oblicua, desconociendo el mensaje que acarrean sus palabras, la tiranía que ejerce su discurso por sobre la voluntad.
Me da la sensación así también de que todo autor escribe siempre lo mismo. Ese "sí mismo" queda reducido a un rasgo nunca dicho, a la batuta que marca el ritmo pero nunca suena más que al cortar el aire. Sobre eso se escribe, siempre queriendo poder decir algo sobre como se mueve la batuta, esa que se mueve sin director de orquesta.

El que escribe quizás esté tan enamorado de si que no deja de escribirse, implicando necesariamente conciencia del acto, un sujeto de la razón. Arrojaría algo de luz -me parece- sobre esta inquisición, si pensamos lo escrito como una solución autoerotica que solo a veces revela su funcion a la conciencia.
Hay una sensación de vacío y al mismo tiempo un empuje voluntarioso -no del todo decidido- a que algo se escriba, pues el que escribe sabe que hay placer en esta extraña costumbre, un vaciamiento que lo tranquiliza meciéndolo lentamente, aunque no siempre. La satisfacción no se da cuando las letras no fluyen accidentadas. Cuando no se trata de un encuentro inesperado, cuando no hay angustia demarcadora, entonces no hay verdad posible y todo es verso.
Quedan las manchas en el papel, quedan las páginas arrancadas, la mano moviéndose frenéticamente en busca de lograr que la lapicera dibuje justo sobre la línea del mensaje que el blanco fondo ya contiene, y la desesperación, no volver a leer las palabras o el reencuentro luego de algún tiempo, accidental y nuevamente amoroso.
Por eso lo que se escriba será amoral si se lo lee más de una vez, o si se lo lee alguna vez. Escribir y leer son cosas muy diferentes, ya hay en la segunda un trabajo de reescritura y esto el escritor lo sabe bien pues es autor de un texto que existirá solo en el momento preciso en el que fue dejado sobre el papel.


jueves, 7 de enero de 2010

El papel debajo del asiento


Inesperadamente noto lo poco que aprovecho el dìa,
y es que he sido quizás un poco egoista con la luz,
o con la noche demasiado generoso.


Al final, solo recuerdo un poco más y olvido casi todo.
Al final me quedan las ganas de que las ganas vuelvan y el tiempo pase más rápido.


Un poco más de lo mismo y todos muertos de aburrimiento,
que cante el que de verdad llega a los tonos.



Un breve texto

Creé este espacio por razones banales y egoístas, privadas en tanto desconocidas y también ocultas.

Iré publicando en La Letra e Interminables lo que en palabras salga de mis entrañas, también algunos textos viejos y en definitiva lo que me plazca, dejando en el lector la responsabilidad -si la acepta- de tomar o no cada texto para defenestrarlo, hacerlo memorable o simplemente omitirlo.

La banalidad de la publicación espero no me haga lidiar con el reconocimiento, más bien busca la redención en una ética del comentario que posibilite luego -o ya desde antes- un encuentro de dos, que sin mostrarse ningún respeto pueden lanzarse palabras sin el menor miedo a herirse el rostro, el propio por supuesto.

Se trata en definitiva de hacer -y deshacer- con lo poco que tengo al alcance de mi mano.

Salud

Carlos G. Picco