Un cuarto de hora para la vida,
tres pedacitos de pan que parten en vuelo,
nueve lunas para cantarle al sol,
doce estrofas que hablan en silencio.
Y cada vez que miro al cielo,
o si alguna vez empiezo un texto,
una es la forma de espantarme
y quedarme a decir la verdad el alivio.
Escuchar dos veces mi nombre,
hasta sentir por fin que me llaman
y responder sin las luces de otros siglos
sino con el sello ausente que me marca.
Hasta que se acaban los tiempos,
hasta que lo escrito se hace mío,
un pedacito de sol que parte en vuelo,
un animarme a sentir que no soy y que sin embargo vivo.
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