lunes, 11 de enero de 2010

Frenético ahogo

Me da la sensación de que el escritor solo puede escribir sobre "si mismo", narrarse de forma oblicua, desconociendo el mensaje que acarrean sus palabras, la tiranía que ejerce su discurso por sobre la voluntad.
Me da la sensación así también de que todo autor escribe siempre lo mismo. Ese "sí mismo" queda reducido a un rasgo nunca dicho, a la batuta que marca el ritmo pero nunca suena más que al cortar el aire. Sobre eso se escribe, siempre queriendo poder decir algo sobre como se mueve la batuta, esa que se mueve sin director de orquesta.

El que escribe quizás esté tan enamorado de si que no deja de escribirse, implicando necesariamente conciencia del acto, un sujeto de la razón. Arrojaría algo de luz -me parece- sobre esta inquisición, si pensamos lo escrito como una solución autoerotica que solo a veces revela su funcion a la conciencia.
Hay una sensación de vacío y al mismo tiempo un empuje voluntarioso -no del todo decidido- a que algo se escriba, pues el que escribe sabe que hay placer en esta extraña costumbre, un vaciamiento que lo tranquiliza meciéndolo lentamente, aunque no siempre. La satisfacción no se da cuando las letras no fluyen accidentadas. Cuando no se trata de un encuentro inesperado, cuando no hay angustia demarcadora, entonces no hay verdad posible y todo es verso.
Quedan las manchas en el papel, quedan las páginas arrancadas, la mano moviéndose frenéticamente en busca de lograr que la lapicera dibuje justo sobre la línea del mensaje que el blanco fondo ya contiene, y la desesperación, no volver a leer las palabras o el reencuentro luego de algún tiempo, accidental y nuevamente amoroso.
Por eso lo que se escriba será amoral si se lo lee más de una vez, o si se lo lee alguna vez. Escribir y leer son cosas muy diferentes, ya hay en la segunda un trabajo de reescritura y esto el escritor lo sabe bien pues es autor de un texto que existirá solo en el momento preciso en el que fue dejado sobre el papel.


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Un breve texto

Creé este espacio por razones banales y egoístas, privadas en tanto desconocidas y también ocultas.

Iré publicando en La Letra e Interminables lo que en palabras salga de mis entrañas, también algunos textos viejos y en definitiva lo que me plazca, dejando en el lector la responsabilidad -si la acepta- de tomar o no cada texto para defenestrarlo, hacerlo memorable o simplemente omitirlo.

La banalidad de la publicación espero no me haga lidiar con el reconocimiento, más bien busca la redención en una ética del comentario que posibilite luego -o ya desde antes- un encuentro de dos, que sin mostrarse ningún respeto pueden lanzarse palabras sin el menor miedo a herirse el rostro, el propio por supuesto.

Se trata en definitiva de hacer -y deshacer- con lo poco que tengo al alcance de mi mano.

Salud

Carlos G. Picco