miércoles, 27 de enero de 2010

Combina - sion

Hace algunos meses se cumplieron sesenta y cinco años desde que la Alemania de mitad de siglo XX intentase concretar la desaparición del pueblo judío. Entre cuatro y seis millones de desaparecidos -como si fuese pequeña la diferencia-, con un mecanismo mortífero perfectamente planificado. Para algunas cosas la humanidad suele ser muy ordenada.

El sábado pasado vi la primera media hora de una película en la que actúan unos muy jóvenes Tom Cruise y Nicole Kidman. No recuerdo el nombre del film aunque san google podría resolver este vacío rápidamente. El personaje principal es un joven irlandés (Cruise) laborioso de principios del mil ochocientos. En su primera escena aparece labrando tierra, tema recurrente que cae como sentencia cuando solo unos pocos minutos después el padre muere en sus brazos. Antes de fallecer dice a su hijo: ‘un hombre sin tierra no es nada’. Esto marcará la vida del joven que hará todo lo humanamente posible por cumplir el mandato del padre.

Ayer, viajando en colectivo de regreso a mi casa recordaba la frase del padre. Frente a mis ojos transcurrian los edificios de la calle Maipu. Miraba e imaginaba dentro a cordobeses viviendo en departamentos pequeños, alguien arriba de alguien, otro alguien debajo de alguien, entre rejas, abrumados quizás por el ruido ensordecedor proveniente de la calle... Ellos no tenían tierra, esa tierra negra en la que crece el pasto, esa que está llena de hormiguitas rojas que cuando llueve despide el aroma más bello del mundo: olor a vida. Quizás tuvieran el sentido del olfato muerto. Me pareció entender porque la frase se había modificado con los años hasta convertirse en algo así como ‘un hombre sin techo no es nada’. Una pena, la limitación del padre ahora se revela con toda su violencia.

Cuando el holocausto comenzó, a los judíos los enterraban en fosas comunes. Eran desterrados primero y luego devueltos a la tierra de la forma más horrible. Pero eso era al principio. Luego comenzaron a quemarlos, quizás porque no había tierra para todos o para evitar dejar a Alemania y sus aliados como un queso Gruyere, o quizás porque darle tierra a esos condenados era demasiado benevolente.

El pueblo judío se quedó sin tierra a tal punto que luego de terminado el horror salieron ellos mismos a enguerrarse con medio mundo para ganarse su espacio sin el cual no serían nada.

Al ver a los cordobeses pienso en los judíos prisioneros en guetos grises que soportan el mandato de un padre terrible y cuyo destino era el fuego, prisioneros en sus lugares sin tierra pero con techo. Ya no se trata de crecer sino del límite que una sociedad tan naturalmente ha aceptado. Seguramente esto no es marca registrada de mi ciudad, pero eso lo hace tan solo mas terrible. El mundo entero esta de acuerdo. Es que para algunas cosas el humano es tan ordenado…

 


miércoles, 20 de enero de 2010

Fin de Año en Cuzco

Hoy me relataron una experiencia que quiero compartir. Un amigo recién llegado de Perú, país en el que estuvo de paso algunos días mientras vacacionaba contó lo que vivió durante el festejo de fin de año, o año nuevo.

En la ciudad de Cuzco, más concretamente en su plaza central, se repite año a año una costumbre que aúna a propios y extraños por igual, turistas, vecinos y todo aquel dispuesto a compartir la tradición.
El festejo comienza temprano. Según mi testigo narrador desde las siete de la tarde la multitud comienza a reunirse en el espacio que preside la catedral de la Virgen de Asunción para de a poco ir tomando fuerza la fiesta que culminará pasadas las ocho de la mañana del primer día del nuevo año.
La celebración no se rige por la hora como en Córdoba, y ya mucho antes el tumulto de caminantes hace resonar su voz confusa sin mensaje, entrando y saliendo de los bares y negocios que rodean la plaza, bailando con la música que proviene de quién sabe donde, bebiendo en la calle misma, reconociéndose los extraños y extranjeros como tales, abrazándose las personas como si desde siempre hubieran compartido la vida y la historia. El alcohol, lubricante social por excelencia, ayuda y deprava poco a poco esta congregación que minuto a minuto se vuelve más colorida, sonora y masiva.
Llegada la hora del cambio de año llega también la hora de esta tradición propia del lugar y que todos los presentes acatan como suya. Consiste la misma en dar doce vueltas a la plaza, una por cada mes del año. Desconocía el relator si había además algún tipo de plegaria o rito secreto, sólo contaba como la gente caminaba alrededor de aquella plaza no mucho mas grande que nuestra querida San Martín.
Me llamaron la atención algunos detalles. Por un lado el poco o escaso control policial -y estatal en general- que mi amigo observó. Por otro, que la procesión juntaba una cantidad de personas que lo dejó asombrado. Pero he aquí un elemento más, pues no solo se trataba de grupo muy numeroso, sino casi de una horda al borde del descontrol. Quizás fuera por el alcohol, quizás fuera por la fecha festejada, o quizás por algo propio de todo sujeto masificado, pero ese ejército desorganizado no frenaba ni atendía caídos. El que perdía el ritmo o frenaba adrede era devorado por el resto sin lugar a tregua, casi como si se tratase de una corrida de toros en Pamplona. Incluso sucedía que los que se encontraban dentro de la plaza, los que habían decidido no hacer el recorrido, disparaban contra los caminantes fuegos artificiales, sobras de las botellas y quien sabe que más. Tal era el salvajismo aparente que, sin dejar de lado razones personales de quien narraba, este no pudo completar ni siquiera una vuelta a la plaza.


¿Salvajismo? El relato me hizo recordar sin dificultad lo que Freud escribió acerca del festejo que cada tanto los hermanos parricidas hacían para conmemorar al padre asesinado, liberar los impulsos mas sádicos y volver a devorarlo en el ritual. Sin dejar de insistir en el valor metafórico de aquel desarrollo, no es del todo falaz pienso, suponer que en Cuzco cada fin de año se dan doce vueltas a la plaza, una por cada mes del año entrante –o quizás del saliente- con la esperanza impensada previamente de devorar a los caídos y dar lugar a las depravaciones que tanto horror pueden despertar en cualquier otro momento.
Entiendo entonces que no se hayan observado ritos o plegarias. No eran fundamentales ni necesarios, lo único impostergable era la liberación de esa energía delirante. Son doce vueltas pero podrían haber sido treinta o cinco. Intuyo que el número se decidió en el momento en el que la justificó la cantidad de totems incinerados bajo los pies de los omnubilados caminantes, desfigurada a su vez por el disfraz de una cifra figurativa y conveniente.
El festejo continúa y las lagunas amnésicas toman cada vez más protagonismo en la noche. El narrador termina la historia confesando que fue para él la experiencia de fin de año más inolvidable de su vida, y que de paso no recuerda como volvió a su hotel.




Plaza de Cuzco - Fin de año 2010



miércoles, 13 de enero de 2010

Aquí y ahora

No creas todo lo que leés,
yo no creo todo lo que leo,
en tus ojos,
en el iris de tus ojos y los mios hay mas verdad que en todas las palabras.

Dame la libertad de amarte,
quizás puedas dejar de encontrar razones para odiarme
hasta darte cuenta de que nunca vas a poder sentir algo así por mi.

Tan sincero puede ser el corazón,
pero tanto cuesta escucharlo,
tanto miedo, tanto dolor,
que se oscurecen las nubes que antes nos daban la lluvia cálida de primavera.

El amor es egoismo,
el amor es humano y el humano es egoismo,
pero deberías saber que ese egoismo puede salvarte,
hacerte mas sujeto, siempre y cuando no esperes revelaciones.

Te hice bien, me hiciste bien,
todavía puedo hacerte bien, todavía me haces bien
podés hablar o perderte en un bosque
allí está mi abrazo,
aquí están mis ganas todavía.

A veces algo de lo que se escribe es verdad,
mis ojos no van a mentir cuando me preguntes.



lunes, 11 de enero de 2010

Frenético ahogo

Me da la sensación de que el escritor solo puede escribir sobre "si mismo", narrarse de forma oblicua, desconociendo el mensaje que acarrean sus palabras, la tiranía que ejerce su discurso por sobre la voluntad.
Me da la sensación así también de que todo autor escribe siempre lo mismo. Ese "sí mismo" queda reducido a un rasgo nunca dicho, a la batuta que marca el ritmo pero nunca suena más que al cortar el aire. Sobre eso se escribe, siempre queriendo poder decir algo sobre como se mueve la batuta, esa que se mueve sin director de orquesta.

El que escribe quizás esté tan enamorado de si que no deja de escribirse, implicando necesariamente conciencia del acto, un sujeto de la razón. Arrojaría algo de luz -me parece- sobre esta inquisición, si pensamos lo escrito como una solución autoerotica que solo a veces revela su funcion a la conciencia.
Hay una sensación de vacío y al mismo tiempo un empuje voluntarioso -no del todo decidido- a que algo se escriba, pues el que escribe sabe que hay placer en esta extraña costumbre, un vaciamiento que lo tranquiliza meciéndolo lentamente, aunque no siempre. La satisfacción no se da cuando las letras no fluyen accidentadas. Cuando no se trata de un encuentro inesperado, cuando no hay angustia demarcadora, entonces no hay verdad posible y todo es verso.
Quedan las manchas en el papel, quedan las páginas arrancadas, la mano moviéndose frenéticamente en busca de lograr que la lapicera dibuje justo sobre la línea del mensaje que el blanco fondo ya contiene, y la desesperación, no volver a leer las palabras o el reencuentro luego de algún tiempo, accidental y nuevamente amoroso.
Por eso lo que se escriba será amoral si se lo lee más de una vez, o si se lo lee alguna vez. Escribir y leer son cosas muy diferentes, ya hay en la segunda un trabajo de reescritura y esto el escritor lo sabe bien pues es autor de un texto que existirá solo en el momento preciso en el que fue dejado sobre el papel.


jueves, 7 de enero de 2010

El papel debajo del asiento


Inesperadamente noto lo poco que aprovecho el dìa,
y es que he sido quizás un poco egoista con la luz,
o con la noche demasiado generoso.


Al final, solo recuerdo un poco más y olvido casi todo.
Al final me quedan las ganas de que las ganas vuelvan y el tiempo pase más rápido.


Un poco más de lo mismo y todos muertos de aburrimiento,
que cante el que de verdad llega a los tonos.



Un breve texto

Creé este espacio por razones banales y egoístas, privadas en tanto desconocidas y también ocultas.

Iré publicando en La Letra e Interminables lo que en palabras salga de mis entrañas, también algunos textos viejos y en definitiva lo que me plazca, dejando en el lector la responsabilidad -si la acepta- de tomar o no cada texto para defenestrarlo, hacerlo memorable o simplemente omitirlo.

La banalidad de la publicación espero no me haga lidiar con el reconocimiento, más bien busca la redención en una ética del comentario que posibilite luego -o ya desde antes- un encuentro de dos, que sin mostrarse ningún respeto pueden lanzarse palabras sin el menor miedo a herirse el rostro, el propio por supuesto.

Se trata en definitiva de hacer -y deshacer- con lo poco que tengo al alcance de mi mano.

Salud

Carlos G. Picco