Hace algunos meses se cumplieron sesenta y cinco años desde que la Alemania de mitad de siglo XX intentase concretar la desaparición del pueblo judío. Entre cuatro y seis millones de desaparecidos -como si fuese pequeña la diferencia-, con un mecanismo mortífero perfectamente planificado. Para algunas cosas la humanidad suele ser muy ordenada.
El sábado pasado vi la primera media hora de una película en la que actúan unos muy jóvenes Tom Cruise y Nicole Kidman. No recuerdo el nombre del film aunque san google podría resolver este vacío rápidamente. El personaje principal es un joven irlandés (Cruise) laborioso de principios del mil ochocientos. En su primera escena aparece labrando tierra, tema recurrente que cae como sentencia cuando solo unos pocos minutos después el padre muere en sus brazos. Antes de fallecer dice a su hijo: ‘un hombre sin tierra no es nada’. Esto marcará la vida del joven que hará todo lo humanamente posible por cumplir el mandato del padre.
Ayer, viajando en colectivo de regreso a mi casa recordaba la frase del padre. Frente a mis ojos transcurrian los edificios de la calle Maipu. Miraba e imaginaba dentro a cordobeses viviendo en departamentos pequeños, alguien arriba de alguien, otro alguien debajo de alguien, entre rejas, abrumados quizás por el ruido ensordecedor proveniente de la calle... Ellos no tenían tierra, esa tierra negra en la que crece el pasto, esa que está llena de hormiguitas rojas que cuando llueve despide el aroma más bello del mundo: olor a vida. Quizás tuvieran el sentido del olfato muerto. Me pareció entender porque la frase se había modificado con los años hasta convertirse en algo así como ‘un hombre sin techo no es nada’. Una pena, la limitación del padre ahora se revela con toda su violencia.
Cuando el holocausto comenzó, a los judíos los enterraban en fosas comunes. Eran desterrados primero y luego devueltos a la tierra de la forma más horrible. Pero eso era al principio. Luego comenzaron a quemarlos, quizás porque no había tierra para todos o para evitar dejar a Alemania y sus aliados como un queso Gruyere, o quizás porque darle tierra a esos condenados era demasiado benevolente.
El pueblo judío se quedó sin tierra a tal punto que luego de terminado el horror salieron ellos mismos a enguerrarse con medio mundo para ganarse su espacio sin el cual no serían nada.
Al ver a los cordobeses pienso en los judíos prisioneros en guetos grises que soportan el mandato de un padre terrible y cuyo destino era el fuego, prisioneros en sus lugares sin tierra pero con techo. Ya no se trata de crecer sino del límite que una sociedad tan naturalmente ha aceptado. Seguramente esto no es marca registrada de mi ciudad, pero eso lo hace tan solo mas terrible. El mundo entero esta de acuerdo. Es que para algunas cosas el humano es tan ordenado…