miércoles, 24 de febrero de 2010

Harvey Pekar

"Hey Joyce, that was the doctor. He said i was all clear..."

La frase pertenece a la película American Splendor, film estadounidense independiente del año 2003, dedicado retratar la vida de Harvey Pekar (todavía vivo), personificado aquí por Paul Giamantti. Este hombre, negativo como pocos, gris, un fracasado quizás, que distribuye su tiempo entre su trabajo como archivador de historias clínicas en una dependencia de salud y la lectura, comienza en 1976 a publicar una historieta homónima a la película en la que de forma por demás ácida relata su día a día, con los personajes reales que van surcando su vida.
Me han llamado la atención algunas cuestiones del film. En primer lugar ubico un relato que hace Pekar hacia el final de la película, quizás lo recuerden. El hombre cuena cómo cuando solicitó su teléfono allá por los tempranos años 70' encontró que en la guía telefónica, aparte del suyo, aparecía otro Harvey Pekar. Esto le llamó poderosamente la atención pues defiende que se trata de un nombre bastante extraño el suyo. Nunca hubiera esperado encontrar otro Harvey Pekar viviendo en su misma ciudad. Luego de algún tiempo aparece otro más. Ahora eran tres Harveys, toda una revolución de palabras!!! De seguro nuestro personaje principal debe haberse sentido consolado.
Accidentalmente y por equivocación se enteró de la muerte de uno de ellos y pudo saber entonces que el fallecido era el padre del otro Harvey. Este segundo murió seis meses después... El personaje dice, aunque no puedo citar, sobre su sensación de haber tenido algún tipo de conexión con estos otros Harveys, conexión por el nombre, y esto lo conmociona hasta preguntarse angustiado que es esto de las palabras, a que responde un nombre, ¿qué es un nombre?

Segundo punto. La historieta de Pekar es de un estilo muy diferente al que se acostumbraba. No Superman, no Batman. Una historieta real, sobre una persona real que vive su vida real. Y en lo real, al parecer su nombre seguía volviendo allí.
Estas dos cuestiones van de la mano. Sabiendo que estás diluciones no están justificadas igualmente creo que vale la pena exponerlas. Pienso que la historieta, con su lenaje inconcluso, poético, es para ese sujeto algo que anuda, un anclaje de algo que pretendía escaparse o que quizás permanecía desatado desde siempre. Este hombre, tal vez de forma similar a la de que James Joyce, inventa para si un nuevo lenguaje, una nueva forma de historieta, una que le sirve a él, que lo acompaña. No lo hace por dinero, no lo hace por placer. Debería decir que lo hace porque es lo que puede hacer. Este es su delirio funcionando.
 
En otra escena el sujeto sobre su cama, solo, relata como ha soñado durante toda la noche que alguien dormía junto a él, "como lo que sienten esas personas a las que le han amputado un miembro, que creen que todavía lo tienen". Pero a este buen hombre no le falta una pierna, no le falta una mano o alguno de los dedos. Sin embargo algo ha sido amputado desde muy temprano, algo que no puede nombrar, o que nombra demasiadas veces sin darse cuenta. De forma muy gráfica, quizas sea eso, su nombre se vuelve esencial, la literalidad que puede resultar de un nombre propio al parecer genera en Pekar la angustia de quien a sido desterrado de su propio sustantivo identificador.

Tal vez Harvey Pekar sea la expresión renovada de que muchas veces la psicosis no necesariamente requiere un tratamiento para estabilizarse, tan solo un nombre. Harvey Pekar, el nombre del personaje en la historieta, pudo quizás ser pedido prestado a aquel de carne y hueso que todavía seguramente revisa las guías telefónicas en busca de alguna pista.

La frase del principio la dice Pekar a su esposa Joyce, entonces alguno puede pesquizar la cuestión. Pekar había tenido cáncer por lo que debió realizar un año de quimioterapia. El doctor llamaba para anunciarle que los resultados de los estudios habían dado negativos y estaba curado. En aquél momento y junto a su esposa publicaron una novela en forma de historieta relatando todo el proceso. Esto último fue idea de la mujer.


lunes, 22 de febrero de 2010

Del Uno

Menuda cuestión esta de la mirada,
menuda, con carne o sin carne,
pues lo que entra también llena el estomago.

Menuda cuestión esta de la escena,
y manuda también la intensidad de la contingencia,
aunque ella solo hable soledades.

Es que allí donde uno escuchó que lo nombraban,
allí el otro admiró los árboles,
allí donde para uno el silencio determinaba,
allí el otro necesitó estirar los brazos.

Hechos para no entendernos,
hechos para no amarnos,
¿y quién sabe cómo el corazón domina el cuerpo,
o si acaso hablan distintos idiomas?

¿Por qué suponer que algo habla?
Los mensajes lo acreditan.
¿Alguien alguna vez tradujo esas palabras?

Recae sobre el viajero el peso del equipaje,
cada paso será quizás un triunfo o una mentira,
mas nada corrobora nunca la veracidad del mapa.

En el lugar en el que las palabras se hacen humo,
allí donde la pregunta es sobre mí mismo,
allí busco los comandos y el código,
pero busco con el temor de quién sabe que allí tampoco hay nada más que lo que hubo siempre,
el desvanecer constante, la fría ilusión, la cálida mentira, el eco salvaje y camuflado.

Tan solo, palabras...


miércoles, 17 de febrero de 2010

Entretanto, justamente

Luego de haberme salteado un miércoles, no había nada para publicar, ya otra cosa se había escrito con gran éxito más allá de mi con consecuencias temporales de silencio, quiero dejarles una frase que me pareció excepcional y por lo menos acertada. Pertenece al personaje Lord Goring, partícipe de la obra "Un Marido Ideal" de Orcar Wilde:

"...en la vida práctica creo que el éxito, el verdadero éxito, lleva consigo algo que se parece un poco a la falta de escrúpulos; la ambición va unida a un no sé qué, siempre poco escrupuloso."

Querido eco, mis saludos




miércoles, 3 de febrero de 2010

La Buena Conducta

¿Cuál es la función de un psicólogo dentro de una sociedad?

Hoy me tocó pedir en la Central de Policía de Córdoba un Certificado de Antecedentes, también llamado Certificado de Buena Conducta, pues es uno de los requisitos del Colegio de Psicólogos antes de entregar la matrícula profesional.
Me preguntaba mientras hacia esa interminable fila y conversaba con mi fantástica compañía de que se trataba esta buena conducta que se le exigía al psicólogo. Sin saber como la charla retomo algunos temas frecuentes: lo difícil que es comenzar a ejercer, los gastos y trámites interminables que implica, la realidad para nada infrecuente de trabajar “sin todos los papeles”, las dudas y los miedos que esto despierta y por sobre todo la muy improbable posibilidad de solventarse a partir de la profesión en los primeros años.

El sistema se supone creado con el fin de proteger a los ciudadanos, exigiendo sus derechos y obligaciones. Es así por ejemplo que un colegio de psicólogos debe velar por el actuar ético (Código de Ética de la Provincia de Córdoba) de cada profesional y el bienestar de los pacientes. Este aval está representado, entre otras cosas, por la matricula que entrega.
Teniendo esto presente encuentro una primera distancia entre el ideal y la realidad, pues cualquier institución acarrea la conflictiva de los hombres que la componen. No hablemos de síntomas, pues el síntoma es subjetivo y único, pero pensemos en los problemas que surgen de todo conjunto humano. Entonces, nuevamente ¿cuál es la función de un psicólogo dentro de una sociedad? Y desde aquí otra pregunta: ¿es lo mismo para un psicoanalista?
Un psicólogo debe, a mi parecer, brindar el servicio de salud mental en las áreas que son de su competencia: educacional, social, sanitaria, criminológica o clínica. Debe estar atento a las normas legales y éticas que rigen su ejercicio. Así por ejemplo no puede nunca trabajar sin matrícula, debe entregar informes a sus pacientes cada vez que lo solicitan, estar atento a las cuestiones especiales que implica trabajar con niños, no atender a familiares hasta el segundo grado, etc. Es una persona atravesada de lleno por todas estas limitaciones que hacen a su buena conducta, la buena conducta definida y defendida por el sistema normativo social. Pues bien, en este caso un Certificado de Buena Conducta resulta un requisito absolutamente exigible a la hora de entregarle una matrícula que parece decir “avalamos a esta persona como profesional pues, además de estar capacitado por una institución reconocida, comparte y defiende los mismos principios normativos que nosotros”. ¿Quiénes “nosotros”?

Con el psicoanalista ocurre otra cosa. No escapa a estas normativas pues en nuestro país cualquier psicoanalista tiene antes el título público de licenciado en psicología o de psiquiatra. Hay excepciones.
Pese a ello la autorización del psicoanalista no viene de un colegio de psicólogos, tampoco de una escuela de psicoanalistas (la que en todo caso da fe del acto), sino de si mismos. Es otro tipo de ética, una que muchas veces es amoral. Digámosle “la ética del síntoma”, o mejor “la ética del goce”.
El trabajo del psicoanalista implica la interpelación del síntoma, pero también de la conflictiva institucional, sabiendo diferenciar pues no son lo mismo. La intervención ocurre sobre la repetición y el ruido que implica, el ruido que a veces los sujetos también pueden escuchar de tanto que se satisfacen en él. Esta intervención suele ser molesta y muchas veces puede implicar una conducta que desde los comités de ética científicos se entendería como maliciosa, tendenciosa y reprochable. Es que el psicoanalista trabaja con la forma en la que el sujeto se las arregla con la ley, pero una muy diferente de la que define el sistema de justicia estatal. Es al fin esta ley, la del sujeto único, la que lo rige. Entonces las herramientas van acorde a esta otra legislación, lo que por supuesto implica una tensión constante para con la otra ley, la social. Por ello el psicoanalista puede parecer un renegado, el malo de la película, pues no tratará de devolver al sujeto a la ley de los hombres sino mas bien de hacer escuchable este grito sintomático que revela la piedra que ha decidido cargar, la ley que gobierna en este estado-sujeto. El acto analítico es su arma terrorista.

Me preguntaba esta mañana si estaba bien que me dieran un certificado de buena conducta o si debería aclararles que si supieran jamás avalarían como buena conducta lo que un psicoanalista hace… Me imagino que de todas formas nadie hubiera escuchado.


Un breve texto

Creé este espacio por razones banales y egoístas, privadas en tanto desconocidas y también ocultas.

Iré publicando en La Letra e Interminables lo que en palabras salga de mis entrañas, también algunos textos viejos y en definitiva lo que me plazca, dejando en el lector la responsabilidad -si la acepta- de tomar o no cada texto para defenestrarlo, hacerlo memorable o simplemente omitirlo.

La banalidad de la publicación espero no me haga lidiar con el reconocimiento, más bien busca la redención en una ética del comentario que posibilite luego -o ya desde antes- un encuentro de dos, que sin mostrarse ningún respeto pueden lanzarse palabras sin el menor miedo a herirse el rostro, el propio por supuesto.

Se trata en definitiva de hacer -y deshacer- con lo poco que tengo al alcance de mi mano.

Salud

Carlos G. Picco