El artículo que publica el diario la Nación el 27 de abril de 2010 llamado “La psicología argentina recién está naciendo”, me da la sensación de estar estructurado como una respuesta, y que, como es de esperar en toda respuesta que no implique el silencio de la pregunta, despega con un tropiezo desde su inicio. Mario Bunge comienza su divertido artículo con un leve error que me interesa recalcular. Es cuestión de principios.
Se trata de un error óptico, de los que suceden cuando la mirada no hace foco, o cuando la misma no logra ver más allá de las narices. Resulta así que nuestro país no es el que mayor cantidad de psicólogos tiene en Latinoamérica, sino el que más tiene per cápita en el mundo, con 145 cada 100.000 habitantes. El segundo es Dinamarca, con 85. La diferencia, me parece, no es menor y ya que el autor comienza su texto con algunos números, pues quisiera brindarle amistosamente una mano que salga en su ayuda y así evitar que el silogismo que pretende construir concluya falazmente.
Luego de releer rápidamente las palabras de Bunge, decantan ante mi lo que podría tomar caprichosamente como las dos máximas del epistemólogo argentino en esta exposición. La primera, que para el autor la psicología que debería enseñarse y aplicarse en el campo de pertinencia es la que se guía por términos biológicos. La segunda y por oposición, que el psicoanalista es un charlatán, un “psicochaman” lo llama con inmensa sabiduría, pues no trabaja pero cobra igual.
Antes de proseguir debo admitir que, luego de haber por fin logrado leer el artículo, mi impresión fue que este tal Mario Bunge debía ser un hombre fantástico, poseedor de sin dudas la perspicacia propia de un niño. ¡Ha logrado condensar los dos principios que guían la clínica analítica de manera formidable!
Para seguir el estilo de nuestro comentado, voy por partes, de eso se trataría después de todo. En primer lugar, pues claro que la psicología que debe importar es la biologicista. Desde el psicoanálisis llamado lacaniano defendemos exactamente esto al decir que es el organismo atravesado por el significante el que se expone en el consultorio con todo su teatro. El sujeto barrado, redefinido hacia los últimos años de la enseñanza lacaniana como ‘parletre’ implica exactamente esto, que la biología es esencial en la cura pues de lo que se trata es de un cuerpo que goza, que repite, que tropieza incansablemente con la misma piedra, como atraído por ella. Pese a su malestar sostiene durante la vida ese cuerpo –cuerpo de organos y palabras- en un funcionamiento de bucle incansable. Solo puede hacer metáfora de la forma en la que ha sido hablado, de la manera en que su cuerpo se ha zambullido en el mar de la lengua al que advino contingentemente. Vea Mario, hasta aquí me parece que no hay motivo de discusión.
La segunda máxima toca brillantemente lo que podemos llamar la ética del psicoanálisis, y lo hace con tal inteligencia que sin decirlo condensa dos cuestiones imprescindibles para el trabajo del consultorio.
Llamar al psicoanalista un chaman no es marca registrada de este defensor del psicoanálisis, sino de Freud, que acerca la posición ocupada por el médico a la del viejo sabio, brujo o chaman, de las antiguas tribus, el que con el sólo uso de la palabra, incluso únicamente con su presencia, conseguía los efectos mas increíbles. ¿De que se trata aquí? Nada más y nada menos que de lo que luego Lacan conceptualizaría como Sujeto Supuesto Saber y que cosiste en el lugar que el paciente confiere al analista al establecerse cierta transferencia positiva, cierto amor apasionado (¿por qué no?), lugar reservado por el paciente al que sabe. No tanto por costumbre, tampoco por metodología, sino más bien porque así es su deseo, el analista hace de esto una nada… así de simple, o quizás no tanto. Simplemente espera y escucha, escucha la letra, el texto del cual la palabra hace inercia, e interrumpe o ‘interrompe’, con el fin de ubicar cada tanto, cuando las condiciones para el chiste están dadas, un decir. Y si el apretón de manos es veloz, quizás también por un momento al sujeto responsable de tal enunciación. Pero esto será no tanto la función de un cálculo matemático, sino más bien una consecuencia que se registra por sus efectos y es por ende irrepetible. Es que el analista, en definitiva, no sabe nada. Estoy seguro don Bunge de que estas palabras serán para usted como un manjar.
Así llegamos al otro tabique de este amalgamiento silencioso: el analista no es ni más ni menos que un estafador ya que, como el autor del comentado artículo aprecia, no trabaja sino que hace como que trabaja. Nuevamente hay que sacarse aquí el sombrero pues quizás ni los mejores analistas pudieron decirlo de más simple forma. Jacques Lacan, en su clase del 15 de marzo de 1977 enseñaba que “…bastaría con que yo connote al S2, no por ser el segundo en el tiempo, sino por tener un sentido doble, que que el S1 tome su lugar correctamente. (…) A este respecto, el psicoanálisis no es más una estafa que la misma poesía. La poesía se funda precisamente sobre esta ambigüedad de la que hablo, y que califico de doble sentido”.
Es así, el analista no trabaja, pero si cobra y caro, mucho más de las monedas que se cobraban por las obras de Freud en los quioscos urbanos y que, dada la pertinencia de lo escrito (nadie puede negar que el texto de Freud, aparte de muy bien escrito, es pertinente), parece usted también haber adquirido. El que trabaja es otro, el paciente, del que se espera que ante tal situación estrafalaria haga mínimamente -y con toda justicia- una demanda. Sí, sí, durante el tiempo que su paciencia y su coraje le permitan sostener la poesía del acto, estará dispuesto a pagarle con su dinero -y con su amor- a una persona que lo escuchará de la forma más extraña y que de hecho disparará cada tanto los comentarios mas ridículos, los disparates más sin sentidos que esta persona -estoy seguro señor Bunge de que le gustaría que la nominemos así- ha oído. Sin embargo algo en este sujeto comienza a marcar otro ritmo pues, a primeras, sigue viniendo, no obedientemente sino a regañadientes, pero sigue viniendo. A segundas, en algunas ocasiones ominosas, esas que las matemáticas no permiten calcular, se va peor de lo que llega, como quien ha visto o escuchado, no de otro sino de si mismo, eso que no debía decirse jamás. Y sucede que luego de transcurrido algún tiempo pareciera que estamos frente a otro ser, o quizás mas bien ante otro cuerpo, y ya ve Usted como volvemos nuevamente a lo biológico de la cuestión.
Cabe agregar para finalizar que el psicoanálisis no es para todos y que de hecho no es la única mirada posible sobre esto que pretendemos ser. Hay otras, hay otros. La demanda se aloja cada vez de forma diferente, aunque pienso que en psicoanálisis solo hay una que se acepta, la de análisis.
Luego, como sujetos responsables haremos de eso una cadena de eslabones a través de la cual decantará la metáfora funcional que es el síntoma, permitiendo entonces la enunciación no objetivada de la metonimia que es el deseo. ¿Cuál? El inconciente por supuesto, ¿cuál otro?
* Comentario del artículo publicado por el diario La Nacion el dia 27/04/2010 - "La Psicología argentina está naciendo" cuyo autor es Mario Bunge, epistemólogo argentino