martes, 16 de noviembre de 2010

Nombrado Belchite

“Aquél que trabaja parte a la búsqueda de sus pensamientos. Los encuentra en el exterior, delante de él, como pruebas en acto (…) Los pensamientos en acto que se leen frente a la visión de la ciudad no reenvían a un sentido definido. No le responden, no son su objeto. Simplemente están en el exterior como en el interior, ya ahí como pensamientos sin que haya una subjetividad individualizada para tomarlos a su cargo. Que sea el sueño o el trabajo, el espacio del inconciente es el de los pensamientos allí, en potencia o en acto.”[1]


Belchite, así llamado actualmente, es un pueblo español que cuenta con unos mil setecientos habitantes y está ubicado en las costas del río Aguasvivas, al noreste de España, en la Comarca de Aragón, Provincia de Zaragoza, a unos 300km del límite con Francia.

Es a través de un documental de la BBC de Londres, llamado “El Arte de España – La Mística del Norte” y presentado por Andrew Graham-Dixon que se toma conocimiento sobre el mismo y muy especialmente sobre un acontecimiento histórico notorio: en 1937 se dio en Belchite una de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil Española en la que fuera aniquilada casi toda la población. De los sobrevivientes muy pocos emigraron y la gran mayoría eligió quedarse en aquel lugar devastado, poblando lo que durante veinte años fueron “las ruinas de Belchite”, hasta que en la década del 60’ se terminase de construir el nominado Nuevo Pueblo de Belchite, ubicado peculiarmente justo al lado de las ruinas del viejo pueblo.

Surge entonces la pregunta: “¿por qué no se han ido del lugar luego de semejante masacre?”. En 1930 Freud ubica en “El malestar en la cultura” el lugar de la agresión en todo origen cultural, observando la existencia de un Superyó Social, que caracteriza como un subrogado de “personalidades conductoras” que han sido en vida “maltratadas y aun cruelmente eliminadas por los demás”, para luego convertirse en divinidades rigentes. Como en Tótem y Tabú, de 1913, retoma entonces la idea de que para que exista una cultura, sociedad de hermanos, debe acontecer en el origen un crimen que opera fundando.



Haciendo una crónica se puede pasar revista sobre una serie de acontecimientos históricos y particulares, que remontan a lo que pudieron ser los inicios de este pueblo.

La primera noticia conocida sobre ocupación humana en la zona de Belchite es la de la Cueva de los Encantados. Los restos metálicos y cerámicos datan su momento de uso entre el 1800 al 1300 a.C.. Sin embargo, no es hasta la Edad del Hierro cuando se ha podido constatar una presencia humana de importancia en este territorio, entre ellos alguno que pudo alcanzar la categoría de ciudad.

Tradicionalmente, Belchite ha sido asimilada a Belia, ciudad nombrada por Ptolomeo y perteneciente a la etnia ibera de los Sedetanos, aunque actualmente la opinión de los expertos respeta la referencia del escritor Apiano, que hacia el año 93 a. C. menciona un asentamiento, presuntamente ubicado en el mismo lugar que Belchite, pero nombrado de otra manera: Belgeda. Este nombre es dado a este conglomerado social luego de un acontecimiento en el que los pobladores de la época, mayormente musulmanes, habrían prendido fuego al edificio gubernamental con los gobernantes dentro, en rechazo al deseo de estos de unirse al Imperio Romano. En reprimenda a estos hechos, el gobernador Cayo Valerio Flaco intervino dando muerte a los responsables. Belgeda vuelve a aparecer en fuentes clásicas nombradas por Orosio, al ser conquistada por Pompeyo junto a otras ciudades en el año 75 a.C.

Llama la atención que ambas referencias, al igual que el actual Belchite, mantienen el prefijo "Bel", que en el hebreo original tiene dos posibles acepciones:

-  Por un lado, “lo inútil, el desperdicio, hombres que no sirven para nada.”
-  Por otro, forma en la que se designa a lo diabólico (beli yâ àl), o directamente al diablo. (Ver referencia en http://es.wikipedia.org/wiki/Belial)

Cabe aclarar que la palabra “Bel-chite” se traduce actualmente como "Bella Ciudad", lo que implica que el prefijo Bel ha olvidado aquí cualquiera de las dos acepciones que antes se mencionan.

Por tratarse geográficamente de una zona semidesértica, el asentamiento poblacional establece su ubicación sobre las costas del río Aguasvivas, constituyéndose luego en el centro administrativo y gubernamental de un grupo numeroso de asentamientos más pequeños, lo que implica principalmente la muy valorada administración del agua para el riegue de campos y el consumo. Por ello en el poblado se construyó alrededor del siglo I d.C. la represa de Almonacid.

Los registros indican que la población fue mayormente musulmana hasta 1118, año en el que Belchite es conquistada por las tropas cristianas que buscan colocar allí un punto estratégico limítrofe para luchar contra el poder Islámico, en el contexto de las guerras santas por Jerusalén. Por ello el Rey Alfonso I, empeñado en poblar el lugar, invita a delincuentes "homicidas, malhechores y ladrones" a ser condonados de sus penas si aceptaban vivir allí y ponerse bajo las ordenes militares en caso de ser necesario. Pese a esto, y aunque durante los siguientes años convivieron en el mismo lugar tanto musulmanes, como cristianos y judíos, la población siguió siendo por amplia mayoría musulmana.

Transportados siete siglos hacia el futuro se descubre que en 1809 ocurre en Belchite una nueva batalla en el contexto de la Guerra de Secesión contra Francia. Tras perder la misma el pueblo formó por un breve periodo, parte de las zonas colonizadas por el ejército invasor. Por esta razón Napoleón Bonaparte inscribió el nombre de Belchite en el Arco del Triunfo de París, monumento emblemático de la que fuera para Walter Benjamin la Capital del Siglo XIX y ejemplo predilecto de una ciudad de la modernidad.

Por último en esta crónica toma su lugar la batalla ocurrida durante la Guerra Civil española mencionada al principio, en la que muriesen casi cinco mil de los siete mil habitantes que poblaban Belchite por aquellos años.

Es momento de retomar aquí la pregunta que surgiera en el inicio, aunque quizás pueda esta escucharse ahora de otra forma: ¿Por qué los habitantes de Belchite no abandonaron el lugar luego de la catástrofe de 1937?

Quizás por la posición limítrofe y estratégica para la guerra, quizás por la cercanía al río en una zona semidesértica, este pueblo se vio invadido en más de una ocasión. Sin embargo parece ser aquel acontecimiento en el que se prendiera fuego a los gobernantes del lugar lo que devino en un acto de nombramiento capaz de detener el tiempo. Aquellos culpables del asesinato fueron muertos y a partir de allí una palabra viene a nombrar ni mas ni menos que como un despojo, hombres que no sirven para nada. O en talante religioso, el diablo mismo.

Un siglo después de aquél crimen piromaniaco se construirá la represa de Almonacid para contener el río Aguasvivas. Y el tiempo, como el agua, parece estar todavía quieto. Esta historia y cada una posterior es registrada y pasa de generación en generación a través del discurso que se hace de ellas, a través de las inscripciones que dejan, los monumentos que se erigen, y que el mismo Freud comparase con los “residuos y símbolos conmemorativos de determinados sucesos (traumáticos)” (Freud, Sigmund “Cinco conferencias pronunciadas en la Clark University (Estados Unidos)” 1909 [1910] – Primera Conferencia), lo que revela esa estructura de ficción a través de la cual se ha fijado algo, pero que por sobre esto, algo queda silenciado, no solo oculto o perdido, sino mas bien anegado a estos relatos que cuentan la historia, como si de una vergüenza se tratase.

Este pueblo ha sido perpetuado junto a los muertos. No los gobernantes quemados, sino más bien junto a los asesinos juzgados y ejecutados. Cosificados, convertidos en resto, silenciados allí en sus tumbas para siempre, la historia parece repetirse durante los siguientes veinte siglos. Es lo que sucede cuando, luego de la invasión católica, se invita a vivir a Belchite a los despojos de los demás poblados: ladrones y asesinos perdonados de sus crímenes. Es lo que sucede también cuando en cada batalla el pueblo se sostiene en sus viejos edificios, en la costumbre de los cantos y las jotas, formas folclóricas que por sobre todo se dedican a rescatar las viejas historias de desamores y guerrillas, a rememorar una vez más aquello inaugural y para siempre repetido, para siempre silenciado.

Entonces, ¿por qué los pobladores siguen allí? Quizás porque el nombre que el escritor diera en aquél acto de fundación los redujo a cenizas, condenados como muertos estáticos a buscar en potencia o en acto, con aguas vivas, apagar aquél criminal incendio, soslayar la culpa y ocultar la vergüenza.




[1] Laurent, Eric  “Ciudades Analíticas”, 2004. Pag 212 – Paidos, Argentina

Un breve texto

Creé este espacio por razones banales y egoístas, privadas en tanto desconocidas y también ocultas.

Iré publicando en La Letra e Interminables lo que en palabras salga de mis entrañas, también algunos textos viejos y en definitiva lo que me plazca, dejando en el lector la responsabilidad -si la acepta- de tomar o no cada texto para defenestrarlo, hacerlo memorable o simplemente omitirlo.

La banalidad de la publicación espero no me haga lidiar con el reconocimiento, más bien busca la redención en una ética del comentario que posibilite luego -o ya desde antes- un encuentro de dos, que sin mostrarse ningún respeto pueden lanzarse palabras sin el menor miedo a herirse el rostro, el propio por supuesto.

Se trata en definitiva de hacer -y deshacer- con lo poco que tengo al alcance de mi mano.

Salud

Carlos G. Picco